La lucha contra los medicamentos falsos

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Cuando una madre de familia entra a una farmacia a comprar medicina para su bebé, no anticipa que se le engañe para que compre veneno y apoye a criminales. No obstante, de acuerdo con la Organización Mundial de las Aduanas, un total de aproximadamente 200 mil millones de dólares en fármacos falsos –y potencialmente nocivos– se venden cada año. De hecho, el comercio de fármacos falsificados está creciendo incluso más rápido que la industria farmacéutica oficial. Ese es un gran triunfo para los falsificadores, pero una importante pérdida en ingresos, productividad y salud para los pacientes. ¿Cómo se permite que esto ocurra?

Para los ojos inexpertos es difícil ver la diferencia entre un producto original y uno falso. En algunos casos, los productos no genuinos tienen mejor apariencia que los originales, con un empaquetado superior, hologramas elaborados y multicolores y precios más bajos que se logran tomando varios atajos en la ruta al mercado.

Las víctimas de los productos farmacéuticos falsos son presas de una forma mutada de información asimétrica que complica los esfuerzos investigativos cuando los pacientes no mejoran. Por muchos motivos culturales, socioeconómicos y biológicos, es posible que los fármacos falsos no aparezcan si quiera en la lista de principales sospechosos. En algunas regiones altamente supersticiosas del mundo, una cita con el médico se realiza a último momento, dejando poco tiempo para que incluso los fármacos más legítimos puedan surtir efecto.

Y, debido al efecto promedio de los ensayos clínicos al azar, es posible que incluso los pacientes más atentos que cuentan con dos doctores en marcación rápida no puedan obtener el efecto deseado de los medicamentos que toman.

El efecto placebo complica las cosas aún más. En el caso de algunas afecciones como los trastornos del sueño y la depresión, los placebos pueden dar resultados positivos. Esto deja espacio para que los productos falsificados con ingredientes de intensidad parcial puedan colarse al mercado.

A la luz de esto, existe la tentación de decir y aceptar que el hecho de que al consumidor se le engañe es algo normal.

Pero fue en 2008, cuando escuché que 80 niños pequeños en Nigeria habían muerto después de tomar jarabe contaminado para aliviar la dentición, que me di cuenta de que había que hacer algo. Fue casi una repetición exacta de lo que pasó en Estados Unidos en 1937: el desastre del elíxir sulfanilamida. El medicamento, que contenía dietilenglicol, un químico que se encuentra en el anticongelante, mató a más de 100 personas, entre ellas muchos niños y niñas. Conforme se dieron a conocer las noticias de las muertes, los funcionarios de la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) enviaron un telegrama advirtiéndoles a los profesionales de la salud en todo el país que dejaran de vender el medicamento. En 2008, algo similar estaba pasando en Nigeria, donde los funcionarios de la agencia gubernamental de alimentos y medicamentos comenzaron a recorrer las densamente pobladas ciudades de Nigeria tratando de encontrar el jarabe para la dentición contaminado. Habían pasado casi 70 años entre los dos eventos y no se habían logrado avances. Pero, a diferencia de Estados Unidos en 1930, uno de cada dos nigerianos tenía un telégrafo en su bolsillo: un teléfono móvil.

Por fin, una oportunidad: la verificación de productos por medio de móviles. Al enviar un mensaje de texto con un código único que se revela al rascar una etiqueta que se encuentra en el paquete del fármaco, los pacientes pueden verificar la procedencia del medicamento antes de comprarlo y confirmar que el producto es seguro. Los gastos de este servicio son costeados por los fabricantes de fármacos, que por su parte se benefician al recuperar la porción del mercado que los falsificadores les habían arrebatado. El acceso a esta información les está permitiendo a los pacientes defenderse.

Este servicio innovador no sólo está ayudando a salvar vidas, sino que también podría ayudar a crear crecimiento económico. El extenso terreno de África puede ser un reto para las cadenas de suministro de fármacos, y las herramientas tradicionales para la captura de datos de la cadena de suministro con frecuencia se quedan cortas. No obstante, este servicio habilitado por medio de móviles les proporciona a las compañías farmacéuticas información voluminosa a gran velocidad desde la base, lo cual reduce las incertidumbres de manera drástica. Por ejemplo, capturar la diferencia de tiempo entre el momento en que se codifica la anti-falsificación del producto y el momento en que el paciente verifica el código, produce información detallada acerca de su sendero hasta el consumo que podría usarse para optimizar la cadena de suministro.

La tecnología tuvo un inicio prometedor en 2010, y ahora es un requisito legal en Nigeria que todos los fármacos contra la malaria y antibióticos tengan esos códigos. Existe la tentación de atribuirle todo el progreso a la telefonía móvil. Pero yo sé que no es a la tecnología a quien tenemos que agradecerle. Son los africanos emprendedores los que están generando las ideas.

Autor: Ashifi Gogo, fundador y presidente ejecutivo de Sproxil. Ha sido nombrado Emprendedor Social del Año por la Fundación Schwab.

Imagen: REUTERS/Keith Bedford

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