¿Cómo será el futuro de la OTAN?

People pay their respects at the coffin of Albanian Captain Feti Vogli, 31, at the Palace of Congress in Tirana February 24, 2012. Afghan gunmen clad in police uniforms opened fire on NATO troops in southern Afghanistan, killing Vogli and injuring two other foreign soldiers on February 20,  2012, according to Albania's Defense Ministry.     REUTERS/Arben Celi (ALBANIA - Tags: CRIME LAW CIVIL UNREST MILITARY) - RTR2YD9I

Image: REUTERS/Arben Celi

Elisa Lledó
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La OTAN debe encarar una serie de desafíos internos y externos en los próximos años. Además de las amenazas internacionales, la organización atlántica también afronta unos retos de carácter organizativo para poder adaptar sus estructuras a los nuevos escenarios.

En la esfera interna, uno de los puntos donde insiste más la OTAN es en conseguir que los 28 Estados miembros alcancen unos presupuestos militares que supongan, al menos, el 2% de los respectivos PIB para 2024. Así se acordó en la Cumbre de la OTAN en Gales en 2014. El año pasado, solo Estados Unidos (3,8%), Reino Unido (2,2%), Grecia (2,2%) y Estonia (2%) cumplían con este objetivo.

De esta manera, se pretende reinvertir la tendencia iniciada con el final de la guerra fría, cuando los aliados recortaron sus presupuestos militares. Según datos de la misma OTAN, en 1990 el gasto sumado de los 14 miembros europeos era de 314.000 millones de dólares (unos 276 millones de euros), en 2014 y con 12 Estados más, la cifra descendió a 250.000 millones de dólares.

Pero los cambios organizativos que quiere la OTAN no se limitan al incremento del presupuesto. También quiere que los países miembros aumenten la coordinación de sus fuerzas. Tal y como indica el Informe Anual de 2014 de su secretario general, el que fuera primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, se espera que las fuerzas armadas de los 28 hayan mejorado sus sistemas de coordinación para operar en cualquier entorno y tipo de misión para 2020. Un ejemplo de este esfuerzo son las grandes maniobras como los ejercicios Trident Juncture 2015, que tuvieron lugar en España entre octubre y noviembre del pasado año, con el despliegue de 30.000 soldados.

En este sentido, la OTAN también aplica lo que ha aprendido en las misiones donde se han tenido que coordinar múltiples contingentes como Bosnia, Kosovo y Afganistán. La Alianza aspira a dar una respuesta ágil a posibles ataques contra un país miembro, de ahí que desde la citada Cumbre de Gales haya reorganizado su contingente de reacción rápida, para pasar a denominarse Fuerza de Muy Alta Disponibilidad, cuyo objetivo es dar respuesta a una agresión principalmente en el Este de Europa o el Báltico.

La Alianza Atlántica quiere que los países miembros no solo hagan un aumento cuantitativo de sus fuerzas, sino que también mejoren las capacidades tecnológicas de sus fuerzas armadas. Incluso la propia organización cuenta con la NATO Science and Technology Organization para trabajar en cuestiones de innovación vinculadas a defensa y seguridad.

También se ha desarrollado la Connected Forces Innitiative que pretende aprovechar la tecnología para mejorar la coordinación de las fuerzas aliadas sobre el terreno.

Asimismo, la OTAN sigue trabajando en el desarrollo de la defensa antimisiles para proteger Europa. Uno de sus puntos neurálgicos está en la base española de Rota, allí se encuentran los cuatro barcos de guerra estadounidenses con los sistemasAegis, pilar de este escudo antibalístico. Próximamente, esta cobertura se incrementará con el despliegue de más dispositivos de este tipo en Rumanía y Polonia.

Rusia siempre se ha opuesto a su desarrollo y ha advertido que podía llevar a una nueva carrera de armamento, aunque la Alianza ha asegurado que el sistema de defensa se desarrolló pensando en un ataque perpetrado por algún Estado canallacomo Irán (percibido como una amenaza particularmente antes de la firma del acuerdo nuclear de 2015) o Corea del Norte.

Más allá del terreno puramente convencional, la ciberdefensa también es una de las principales preocupaciones de la Alianza. Forma parte de su Concepto Estratégico desde la Cumbre de Lisboa de 2010. Según los datos de la propia organización, en 2014 sus sistemas registraron 3.000 eventos vinculados a acciones agresivas desde el ciberespacio.

Aunque pueda parecer un concepto muy novedoso, la OTAN tiene experiencia tratando con este tipo de amenazas desde que en 1999 fuese víctima de un ciberataque de hackers serbios al comenzar los bombardeos contra ese país, y luego tuvo que hacer frente a agresiones semejantes contra Estonia en 2007.

Para saber cómo actuar ante estas acciones, la Alianza publicó en 2013 el Manual de Tallin. El documento fue realizado conjuntamente con 20 expertos mundiales y da unas pautas para aplicar la ley internacional en la ciberdefensa. Además, se reconoce que los efectos de un ciberataque son equiparables a los de uno convencional, aunque a la hora de determinar si se aplica el artículo 5 (una agresión contra un miembro es considerado como una agresión contra todos), se analizará caso por caso.

La OTAN se quiere centrar en la protección de sus propios sistemas de comunicación a la vez que los países miembros desarrollan sus propias estrategias de ciberdefensa. Aunque de momento, la implementación está siendo heterogénea y aún queda trabajo por hacer para equiparar las capacidades entre los aliados.

Otro ámbito que presenta incertidumbres es la futura ampliación a países como Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Ucrania y Georgia. En diciembre de 2015 la OTAN ha formalizado la invitación a Montenegro para ser miembro. La Alianza tiene que ponderar si la incorporación de estos nuevos Estados le aporta verdadero valor estratégico, y hasta qué punto le puede suponer un incremento muy peligroso de la tensión con Moscú.

En la Declaración de la Cumbre de Cardiff en septiembre de 2014 se evitó acelerar el proceso de algunos Estados candidatos, por una falta de unanimidad necesaria entre los miembros actuales, debido a las divergencias entre las percepciones de seguridad por parte de los países de Europa Occidental y los antiguos satélites comunistas.

Entre los aspirantes hay casos muy complejos. No se contempla incorporar a Ucrania con la guerra en el Donbass, pero la OTAN hace hincapié en el Informe Anual del Secretario General de 2014 en que se seguirá entrenando a las fuerzas ucranianas para mejorar aspectos como las comunicaciones, la logística y la ciberdefensa.

En la Cumbre de Cardiff, también se resaltaron los progresos de Georgia para mejorar sus mecanismos militares y políticos, pero no hubo una invitación clara a integrarse. En un caso similar al ucraniano, si se uniera a la OTAN, ésta se vería obligada a acudir en defensa de Tbilisi en caso de un nuevo conflicto con el Ejército ruso en Osetia del Sur y Abjasia, como sucedió en 2008.

En los casos de Montenegro, Macedonia y Bosnia-Herzegovina, la cuestión rusa también pesa. La OTAN teme que si hace una rápida propagación en los Balcanes (también una zona de tradicional influencia rusa), se pueda alimentar el discurso del Kremlin de que la Alianza está siguiendo una política de expansión muy agresiva.

Según datos de un estudio de Pew Research Center de 2014, el apoyo a la OTAN entre la población de los países miembros es bueno, con una media del 62%. Pero si se analiza cada Estado, hay diferencias importantes. En Polonia la opinión es más positiva (un 70% a favor, ha crecido 10 puntos desde 2013), seguida de Francia e Italia (cada una con un 64% y aumentos de 6 y 4 puntos). Entre los menos entusiastas están EE UU (con un 49% y sin variación desde 2013) y España (con un 47% pero con un aumento del 5%).

En este sentido, la OTAN debe trabajar más la comunicación de sus acciones de cara a la opinión pública si quiere que los apoyos sean más homogéneos y también conviene hacer pedagogía sobre lo que supone formar parte de la Alianza. El citado informe de Pew Research Centre indica una división sobre si se debe acudir en defensa de un aliado (en particular, se preguntaba por una hipotética agresión rusa). Por ejemplo, Estados Unidos y Canadá eran los más partidarios (porcentajes a favor de un 56% y un 53%, respectivamente); mientras que entre los más reticentes están Alemania (38%), Italia (40%), Francia (47%) y España (48%).

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