La Guerra Fría no ha terminado: la nueva trinchera son las redes sociales

Electronic cables are silhouetted next to the logo of Twitter in this September 23, 2014 illustration photo in Sarajevo.   REUTERS/Dado Ruvic (BOSNIA AND HERZEGOVINA  - Tags: BUSINESS TELECOMS)   - RTR47HW0

Image: REUTERS/Dado Ruvic

Borja Ventura
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Las redes sociales

Hace unas semanas un post de Facebook recorría la red social como la pólvora. «Denzel Washington muestra su apoyo a Trump de la forma más épica posible», rezaba el titular, con una imagen del actor dirigiéndose a cámara con una bandera americana de fondo, como si estuviera emitiendo el comunicado.

En apenas unas horas más de diez mil personas habían compartido el post y casi 50.000 habían reaccionado a la publicación o la habían comentado. Washington, además de un actor conocido, es negro. Y en un momento en el que la campaña se centraba en los flirteos del candidato republicano con los supremacistas blancos, ese apoyo era un aldabonazo contra las críticas.

La noticia, hoy eliminada, era falsa, y el sitio es difícilmente accesible desde Google.

Pero eso no importó. Fue una de tantas noticias inventadas de las que fluyeron durante la convulsa campaña norteamericana que acabó elevando a Donald Trump al trono de la Casa Blanca. De hecho, los miembros de su equipo contribuyeron activamente para aprovechar la corriente a favor: Eric Trump compartió otro rumor, del que los medios ‘serios’ se hicieron eco, sobre un supuesto pago de la campaña de Clinton para forzar protestas contra el republicano. El tuit, una vez extendida la idea, fue borrado.

Son dos ejemplos, dos de los quizá más llamativos, de una singular batalla de desinformación que ha tenido lugar en las redes sociales durante las elecciones estadounidense. No es nada excesivamente nuevo en sí mismo: hay determinados temas que aparecen y desaparecen de redes y medios a conveniencia, como en España ha sido el caso de Venezuela, por poner un ejemplo. La desinformación es parte activa de la política, y no es patrimonio exclusivo de trols anónimos de internet, sino también de medios de comunicación más inclinados a hacer política que periodismo.

El caso de EEUU, sin embargo, ha presentado dos novedades importantes. Primera, que no se ha tratado de meras manipulaciones, o de desplazar la agenda informativa hacia algún suceso: los contenidos compartidos han sido directamente falsos, intencionalmente falsos. No era una cuestión de ideología, sino de directa manipulación. En una campaña radicalmente polarizada, las redes sociales han sido el terreno abonado para la propagación de mentiras, incluso por encima de noticias ‘reales’.

Gráfico de Vox Media

Las plataformas que han servido de ‘ventiladores’ para airear estos contenidos se apresuraron a tomar medidas: Google, Facebook y Twitter han emprendido una batalla para controlar y penalizar los contenidos falsos. En buena medida, las redes sociales y el buscador han sustituido la labor periodística clásica de difundir información, pero sin la mediación profesional y supuestamente objetiva de velar por la veracidad. Sencillamente, la comunidad lo hacía. Hasta que ha dejado de hacerlo.

Pero, además de esa primera gran novedad, hay una segunda mucho más relevante a nivel político: esas noticias falsas parecen no ser fruto de la guerra sucia entre candidaturas, o de la acción de lobbies oscuros. Al parecer la injerencia, según denuncian dos estudios independientes citados por The Washington Post, vendría directamente de Rusia. El Kremlin, de forma indirecta, habría torpedeado la campaña de los demócratas con un ejército de trols humanos y bots automatizados con una sola función: crear y difundir contenidos falsos para instigar una corriente de opinión contraria a la candidatura de Clinton.

¿Por qué Putin quiere a Trump?

En el plano político, cabe preguntarse por qué Rusia podría tener interés en que Trump fuera presidente. A primera vista, Trump actúa como un nacionalista estadounidense, convencido de la primacía militar de su país y radicalmente contrario a cualquier tipo de acercamiento diplomático a países considerados como enemigos, donde Rusia siempre ocupó un lugar destacado. Sin embargo, según los analistas, la postura del Kremlin al respecto podría ser mucho más ladina.

Sergio Maydeu, consultor internacional especializado en el análisis de conflictos armados y seguridad internacional, lo ve como una forma de sacar a EEUU del mapa: «Trump es un empresario metido a político que si cumple lo que ha dicho hará que Estados Unidos pierda presencia internacional, y eso a Putin le interesa. Si algo hemos aprendido estos últimos años es que Putin quiere que Rusia recupere peso y presencia internacional, empezando por recuperar el área de influencia que tenía hasta finales del siglo XX», explica. «Con Trump todo son incógnitas», señala.

Coincide en esta visión Jesús Manuel Pérez, analista de seguridad y defensa y autor de ‘Guerras Posmodernas’: «A la Rusia de Vladimir Putin le interesaba la victoria de Trump por la perspectiva de que aplicara una política aislacionista. Esto es, que EEUU dejara de actuar como ‘gendarme mundial’ y dejara de contribuir a la defensa de sus aliados”, señala. Recuerda, por ejemplo, las críticas del ahora presidente electo a varias instituciones supranacionales, por ejemplo la OTAN.

«Trump criticó a la OTAN diciendo que el despliegue en Corea del Sur y Japón era demasiado oneroso, por lo que ambos países deberían asumir por entero su defensa. Alguien debe haberle explicado que, a cambio, esos dos países son clientes cautivos de la industria de defensa estadounidense», señala.

«Frente a eso teníamos a Hillary, que representa a la corriente intervencionista del Partido Demócrata. Esa que piensa que EEUU es una potencia que debe usar su poder militar para el bien e intervenir allí donde haya genocidios o matanzas horrendas, incluso cuando no hay intereses estratégicos en juego», comenta sobre lo que conceptualiza como ‘Responsabilidad de proteger’. «Obama quedó desencantado de ese concepto tras Libia, de ahí que no se implicara a fondo en Ucrania y Siria. Pero la idea generalizada es que Hillary iba a ser más dura en política exterior que Obama. Así que en Rusia no estaban muy entusiasmados con la idea de que llegara al poder», indica señalando a un artículo en que se recoge el cambio de situación de la superpotencia en el plano internacional.

¿Son habituales este tipo de injerencias?

La segunda pregunta derivada de lo sucedido en la campaña estadounidense, y al hilo de las revelaciones sobre la responsabilidad rusa, es más inquietante: ¿son habituales estas injerencias internacionales?

En el caso de EEUU siempre ha sido así, y no siempre de forma disimulada. En plena Guerra Fría se apoyaron y sostuvieron brutales dictaduras militares para evitar que el comunismo se extendiera en Latinoamérica. Más recientemente occidente, con aquiescencia de EEUU, ha apuntalado regímenes totalitarios en el norte de África y zonas sensibles de Oriente Medio para evitar la expansión del islamismo -algo que ese heterogéneo fenómeno bautizado como ‘primavera árabe’ intentó derribar con éxito relativo-. La propia expansión de la cultura estadounidense a través de la producción de Hollywood, la aculturación global a través de la ficción, la música y hasta la ropa, son formas de un colonialismo estratégico, no necesariamente violento pero sí efectivo.

En los últimos años la forma de influir en unos u otros países ha virado, pero sigue activa. La presencia -económica y cultural- de China en África, por ejemplo, es manifiesta: el control de explotaciones minerales en la región insuflan aire a la industria tecnológica oriental, y esa batalla se gana precisamente con la opinión. Eso explica cierta ‘diplomacia televisiva‘ surgida en esa guerra por la influencia: cadenas como CCTV, Russia Today o Al Jazeera son ‘contrapoderes’ al clásico dominio estadounidense y -por extensión- occidental en el plano informativo. Contra la CNN, la BBC o The New York Times, televisiones internacionales implantadas por todo el mundo describiendo otra realidad, más afín a los regímenes que las sustentan. Ahora ya los líderes ni siquiera se comunican por cauces habituales, sino que también florece una ‘diplomacia digital‘ de cara al público en esas mismas redes sociales que sirven ahora de campo de batalla.

Anuncio publicitario de Russia Today

Ahí es donde llega el frente de las noticias falsas. Y a tenor de las acciones de Rusia para influir en EEUU parece que, aunque la Guerra Fría terminó, en cierta medida ha seguido adelante. Hay surgido nuevos contendientes como China, pero los viejos enemigos siguen combatiendo. Europa no es capaz de enfrentarse a una Rusia de la que depende energéticamente, y el nacionalismo ruso encarnado por Putin quiere recuperar su poder en el mundo a costa de socavar a un EEUU en shock por lo sucedido.

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Pero ¿de verdad pueden unas noticias falsas promovidas por Rusia tumbar por sí solas a una candidata como Hillary Clinton? Evidentemente no, sin un terreno abonado para prender la mecha de una reacción a una globalización mal digerida a nivel interno, y a la dependencia económica de China y la pérdida de pujanza internacional a nivel externo.

«La propaganda política forma parte de la realidad de este mundo desde tiempos remotos, y 2016 no es una excepción. Ni con Trump ni Putin se inicia ninguna guerra de desinformación, básicamente porque Estados Unidos y Rusia nunca han dejado de pretender influir en el otro de todas las formas posibles. Simplemente esta ‘guerra’ había mutado los últimos años», sostiene Maydeu.

Porque, como explica Jesús Miguel Pérez, injerencias ‘no violentas’ ha habido siempre, incluso en nuestro propio país: «En España se construyó el bipartidismo recién salidos de una dictadura con dinero de las fundaciones, la Konrad Adenauer y la Friedrich Erbert, de los dos principales partidos alemanes», comenta.

Jorge Verstrynge cuenta sobre la financiación alemana de Alianza Popular en ‘Memorias de un maldito’. Javier Nart, que militó en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, cuenta en su libro ‘Sálvese quién pueda’ cómo terminó en Libia pidiendo ayuda económica al régimen de Gadafi. Allí le ofrecieron pistolas y entrenamiento militar para las juventudes del partido. Lo de Gadafi intentando ganar influencia en España es conocido: «repartió dinero en los años 80 en organizaciones andaluzas de izquierda, como por ejemplo plataformas anti OTAN», explica. «Más recientemente, es conocido que Rusia ha financiado grupos anti-fracking en Europa, para garantizar que no haya alternativas a Gazprom», añade.

Pero, volviendo al escenario internacional, casi siempre aparece de fondo la cadencia del conflicto entre EEUU y Rusia. «EEUU y Alemania entraron a saco en Europa Central y Oriental tras la caída del comunismo para ayudar a crear fuerzas políticas prooccidentales. Financiaron programas en Ucrania para fortalecer y empoderar a la sociedad civil, con el resultado de que había un tejido social proeuropeo que luchó por la democracia en la Revolución Naranja y el Euromaidán. El asunto fue ampliamente documentado por el canadiense Marc Mackinnon en ‘The New Cold War’», rememora.

También Maydeu incide en Ucrania como ejemplo y quizá pieza clave en la batalla de los últimos años. «La guerra de Crimea volvió a poner sobre la mesa la necesidad de tener un relato que se impusiera en el territorio que se disputaba. ‘Crimea siempre había sido rusa’ frente a ‘Ucrania mira a Europa’. De esa guerra de propaganda la Unión Europea sacó una lección: que no disponía de un contra relato para hacer frente a lo que consideraba propaganda rusa. De ahí que creara una unidad especializada para marcar perfil propio, y nació ‘Desinformation Review‘», explica.

«No pongo en duda que el gobierno ruso ha influido en la campaña presidencial, de la misma forma que tampoco pongo en duda que el gobierno de Estados Unidos ha utilizado todo el peso cultural que tiene el país para influir en Rusia y en medio mundo. El ‘cómo’ es la gran incógnita, y aunque hay informaciones que apuntan que Rusia ha utilizado las redes sociales en beneficio propio, creo que la propia naturaleza de la propaganda dificultará saber a corto plazo la realidad de qué ha pasado», concluye. «Desinformar es en sí una arma política, y no hace falta estar en guerra para necesitarla».

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