Fuerza laboral y empleo

Cómo reconocer a un pésimo compañero de trabajo

UBS employees work in the UBS "fintech lab" at Canary Wharf in London, Britain, October 19, 2016. REUTERS/Hannah McKay - RTX2PJIP

Image: REUTERS/Hannah McKay

Isabel Garzo
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Fuerza laboral y empleo

«Al escalar una montaña, nadie deja a un compañero para alcanzar la cima solo»
(Tenzing Norgay. Él y su compañero Edmund Hillary fueron los primeros en coronar el Everest)

Quizá resultes un engorro para tus compañeros y no lo sepas. Eso es independiente de lo productivo que seas. Te ayudamos a descubrirlo presentándote algunos hábitos frecuentes de los malos compañeros de trabajo:

Imponen su forma de trabajar

Exceptuando las peticiones hechas por un superior, que son un asunto aparte, no deberíamos decir a nuestros iguales cómo deben trabajar. Cada persona se organiza de una manera. Indicaciones como «prefiero que me lo pases en un Excel» o «envíame la invitación en un Google Calendar» pueden resultar intrusivas. Por ejemplo, si preferimos otro formato de archivo, es más considerado que seamos nosotros quienes realicemos esa conversión.

Del mismo modo, en lugar de decir «llámame cuando leas esto» como una orden, es una buena opción preguntar a la otra persona cómo prefiere trabajar o exponer tus sugerencias sin convertirlas en una orden.

Ahorran tiempo propio haciendo que lo gasten otros

Si no recuerdan la fecha de un evento, escriben un correo a alguien que sí la sabe para preguntársela en lugar de hacer una búsqueda en su bandeja de entrada o en internet para encontrarla. O hacen preguntas a todo el equipo cuya respuesta se encuentra con una simple búsqueda de Google.

También, con frecuencia, piden que alguien haga una tarea en su lugar sólo porque esa persona tarda menos en hacerla.

Estas personas hacen bien su trabajo, pero lo hacen a costa de aprovecharse del tiempo de otros.

No se ponen en el lugar de las personas con las que trabajan

Es frecuente que el trabajo de una persona parta del que otros hicieron previamente, o que pase a manos de otros que trabajarán con él después. Por ese motivo, es importante ponerse en la piel del que recibe la parte que tú has hecho: ¿le has transmitido adecuadamente toda la información que tenías? ¿Se lo has pasado tan avanzado como has podido? ¿Es eso que pasas la mejor versión del trabajo que puedes pasar a tu compañero? La opción que eligen los malos compañeros de trabajo es la de pasar su parte «de cualquier manera», dado que su trabajo individual no destacará en el resultado final.

Dan por hechos conocimientos previos

Por ejemplo, reenvían largas cadenas de correos en lugar de hacer un resumen que tenga en cuenta los datos que tiene esa persona sobre ese asunto y le haga comprender antes y mejor. No consideran que el tiempo que ellos tardarían en redactar ese resumen es muy pequeño comparado con el que una persona que no sabe nada del tema tarda en entender una cadena de e-mails leídos al revés.

Aman los «cajones de sastre», físicos o digitales

A la hora de traspasar información a un compañero, en lugar de unificarla y ordenarla, reenvían todo lo que está en su mano. No lo organizan ni eliminan las repeticiones. Piensan que es mejor entregar «todo», que así se aseguran de que el receptor lo obtiene tal cual les llegó a ellos, sin considerar lo útil que puede resultar hacer un trabajo previo de filtrado y ordenación.

No usan el correo electrónico de forma considerada

Los errores en los que se incurre al usar el correo electrónico son numerosos. Algunos de los más desconsiderados con el receptor son los siguientes: incluir a muchas personas en copia sin explicar quiénes son ni por qué están ahí, abusar del botón «responder a todos», tratar en un correo temas ajenos a lo que anunciaba su asunto, responder parcialmente en lugar de esperar a tener la respuesta a todo para mandar un solo correo en lugar de varios, etc.

Piensan que ayudar a los otros es una pérdida de tiempo

Les fastidia que les pidan ayuda, lo hacen a regañadientes. Siempre que pueden, hacen que conste esa ayuda que han prestado, la echan en cara o piden algo a cambio. Se ocupan de que quede claro que ellos fueron partícipes del resultado.

«Sólo hago mi trabajo» es una frase ambigua. Hacer el mínimo que se les exige, sin preocuparse por facilitar el trabajo de otros o por aportar una ayuda extra a la empresa, es una postura desconsiderada.

Dejan en evidencia a los demás

No tienen reparos en dejar en ridículo a un compañero si con eso ellos quedan por encima. No se paran a considerar que eso está diciendo algo aún peor de ellos.

Ponen peros sin ofrecer soluciones

Tienden a decir lo negativo del trabajo de otros de una forma poco constructiva. No son resolutivos. Lanzan sus reparos dejando la conversación abierta, sin ofrecer una solución ni cerrar la argumentación. Son expertos en dejar las discusiones inacabadas, ya sea en persona o por otro medio, en lugar de buscar formas eficaces de zanjarlas.

No reconocen sus errores

Todo el mundo se equivoca alguna vez en el trabajo. La diferencia está en «tirar balones fuera» y echar la culpa a otros compañeros o por el contrario asumir la responsabilidad propia y transmitir el propósito de enmendar los fallos en un futuro. Una persona que no trata de barrer sus errores debajo de la alfombra y que muestra voluntad real de mejorar da confianza y seguridad a sus superiores.

Están cerrados a los cambios

Les gusta usar frases como «eso no se puede hacer» o «nunca lo hemos hecho así». Están anclados en una zona de confort y no están abiertos a innovar y mejorar. Se muestran escépticos ante cualquier propuesta de cambio que modifique la rutina a la que están acostumbrados.

Según algunos expertos, es preferible contratar empleados empáticos que profesionales con gran experiencia en el campo.

De hecho, los costes de lidiar con una persona tóxica en la plantilla superan con creces los costes de contratar un trabajador con un sueldo más alto, según un estudio de la universidad de Harvard.

Por lo tanto, a la larga, siempre será mejor contratación la que cree un mejor ambiente laboral.

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