El final del principio del Brexit

Britain's Prime Minister Theresa May leaves after delivering her keynote speech on Brexit at Lancaster House in London, January 17, 2017.  REUTERS/Leon Neal/Pool - RTSVWS4

Image: REUTERS/Leon Neal/Pool

Luis Bouza
Coordinador del programa European General Studies, Colegio de Europa de Brujas
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La primera ministra Theresa May anunció ayer sus planes para terminar los 43 años de pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea en un discurso que pretendía acabar con las especulaciones sobre el tipo de relación con las instituciones y la forma de acceso del Reino Unido al mercado único tras la materialización del Brexit. Dicho discurso descarta el modelo noruego en favor del “Brexit duro”, en la cual el RU se convertirá en un tercer Estado que buscará un acuerdo comercial preferencial, que algunos llaman la vía canadiense. Sin embargo esta vía y el propio discurso están llenos de incertidumbres. No es el final de la partida del Brexit, ni siquiera el principio del final, pero es un movimiento de apertura.

El estatus de Estado no miembro es lo suficientemente laxo como para haber ocupado 7 meses de debate político. La posición más cercana al statu quo actual y por la cual apostaban la mayor parte de analistas era un “Brexit light” en el cual el Reino Unido cumpliría con el mandato popular al abandonar las instituciones pero conservando el acceso al mercado interior y por lo tanto manteniendo un status de contribuyente al presupuesto y teniendo que aplicar el acervo comunitario en los asuntos de mercado. Ante la negativa de los 27 a separar la libertad de movimientos de trabajadores del resto del mercado y ante el riesgo de división de los partidarios del Brexit, May anuncia la salida completa de la UE para negociar desde fuera un acuerdo comercial.

El discurso de May está articulado por algunos de los principales significantes del euro-escepticismo británico más clásico junto con ideas nostálgicas del Imperio de los años 50. El discurso se inspira del de Margaret Thatcher en el Colegio de Europa en Brujas en 1988 al reivindicar la identidad europea del Reino Unido mientras que la construcción europea no respeta las identidades nacionales. May concluye que abandonar el mercado interior y comerciar desde fuera es la manera de que las normas británicas solamente se escriban en Westminster y las asambleas de las naciones autónomas. May usa otro de los gritos de batalla del euro-escepticismo al señalar que una de las grandes ventajas de abandonar las instituciones y el mercado único es que “la época de las enormes contribuciones británicas al presupuesto comunitario se ha acabado”. Sin embargo el título – “Un Reino Unido Global” – y la parte introductoria del discurso, señalan que la decisión del 23 de junio no implica un ensimismamiento nacionalista sino que romper amarras con la UE es la mejor forma de abrirse al resto del mundo, asumiendo que la pertenencia a la UE impide que el Reino Unido desarrolle todo su potencial librecambista al estar sujeto a la política comercial común. Además el discurso de May asume una posición parecida a la del Churchill y los EEUU de los años 50 – a diferencia de las recientes declaraciones de Trump – que una Unión Europea exitosa va en el sentido de los intereses del Reino Unido e incluso asume la actitud protectora de una gran potencia al poner la inteligencia británica al servicio de la seguridad de todos los ciudadanos europeos.

Los discursos reflejan la forma de concebir el mundo de los actores políticos, pero también son formas de intervención sobre la realidad política. Una interpretación del discurso es que sea un intento de “subir las apuestas”. Mientras que la negociación sobre el acceso al mercado único dejaba como única carta de negociación el tamaño de contribución presupuestaria británica, el brexit duro permite al Reino Unido presionar a la UE en relación con el acceso de los bienes europeos al mercado británico y a los Estados miembros sobre el estatus y los derechos de sus inmigrantes en las islas. Sin embargo esta interpretación no parece convincente puesto que en el juego del gallina – conocemos sus reglas gracias a Schauble y Varufakis – la capacidad de dañar al otro tiene que ser creíble, mientras que la pérdida relativa de acceso de los bancos británicos a los mercados europeos seria incomparable con la pérdida de acceso al mercado británico para la industria automovilística europea. En 2016 la UE suponía el 43,8% de las exportaciones británicas, mientras que Alemania, España y Francia solo destinan al Reino Unido el 7% de las suyas. Por lo tanto cabe suponer que el discurso tiene como intención demostrar al mismo tiempo firmeza y buena voluntad. Si no es una amenaza a los 27, el discurso de May es una invitación a cooperar para facilitar que el Reino Unido pueda realizar la promesa de abandonar la UE de forma definitiva para recuperar el control de la inmigración y restaurar la soberanía parlamentaria a un coste asumible mediante un acuerdo comercial y garantías migratorias recíprocas. Respecto al liderazgo interno May puede intentar agrupar a todo el euro-escepticismo al tiempo que parece haber conseguido hacer del rechazo a la inmigración y la ruptura definitiva con la UE una posición hegemónica que el propio líder del partido laborista acepta como mandato del referéndum.

El discurso contiene una contradicción entre la voluntad de restaurar la soberanía parlamentaria y la necesidad de cooperación de los 27 para conseguirlo a un coste asumible. Si bien parece improbable que las instituciones y Estados miembros se nieguen a cooperar, es difícil imaginar que esto no implique una serie de concesiones en términos de soberanía, a la propia UE y desde luego a otras grandes potencias comerciales como la UE o China. Los acuerdos comerciales modernos implican la adopción de numerosas normas técnicas, de protección de la propiedad intelectual o de garantía de las inversiones, y suele ser el socio más pequeño, en este caso el Reino Unido, el que tiene que hacer más concesiones para su adopción. Además el acuerdo entre el Reino Unido y la UE será lo suficientemente complejo como para requerir la aprobación de los parlamentos nacionales, lo cual sitúa un acuerdo vital para la economía británica al albur de los baches del acuerdo con Canadá en el parlamento valón, por no hablar de que los parlamentos de los Estados de Europa central y oriental quieran vincular la aprobación de este acuerdo a los derechos de sus nacionales.

El economista belga Paul de Grauwe señalaba ayer en Twitter que la apelación de May de “restaurar nuestra democracia parlamentaria, la autodeterminación nacional y ser aún más globales e internacionalistas” representa un trilema imposible en los términos que explica Dani Rodrik. Si bien es indiscutible que el mandato del pueblo británico debe realizarse y aun reconociendo que la Primera Ministra está intentando cumplirlo de forma sincera al no mantener un pie dentro y otro fuera, parece difícil interpretar el voto del 23 de junio como un mandato para un plan tan arriesgado. Es legítimo rechazar la integración europea, pero necesitamos ideas más originales respecto a cómo compatibilizar un parlamento soberano con una presencia global una vez fuera de la misma.

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