Así funciona la mente de una persona creativa

Enrique Alpañés
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Parecían las vacaciones perfectas. Truman Capote conversaba con Norman Mailer, William Carlos Williams veía pasar las horas junto a Frank O’Connor. El campus de Berkeley, California, hospedó durante unos días a los escritores y periodistas más influyentes de la época. También les acompañaban eminentes matemáticos, afamados arquitectos y artistas. Todo era idílico, aunque en silencio alguien observaba y analizaba cada palabra, cada gesto.

El famoso psicólogo Frank X Barron llevó en 1956 uno de los más ambiciosos estudios para analizar la mente creativa. Observando y entrevistando a las mentes más prolíficas de su época realizó un estudio que sentó las bases para entender cómo funciona el cerebro del artista. La primera conclusión a la que llegó es que la inteligencia era importante, pero no determinante. Faltaban el resto de ingredientes, que Barron intuía pero no podía especificar. Un reciente libro ha rellenado los huecos del legado de este psicólogo para ayudar a entender cómo funciona la mente creativa.

Ser creativo no significa tener mucha imaginación. No sólo. Contrariamente a la creencia popular, la creatividad no está ligada al uso de la parte derecha del cerebro. Es un proceso mucho más complejo, no atiende a divisiones binarias, y si tuviéramos que resumirlo y acotarlo geográficamente en nuestra materia gris, diríamos que una persona creativa es aquella capaz de hacer funcionar ambos lados, derecho e izquierdo, a la vez.

Efectivamente, el cerebro de la gente creativa funciona de forma distinta al del resto de la humanidad. Pero no del modo que pensábamos hasta ahora. En su libro, Wired to Create: Unraveling the mysteries of the creative mind, el psicólogo Scott Kaufman y la periodista Carolyn Gregoire llegan a esta conclusión, basándose en los estudios de Barron y combinándolos con los avances científicos que se han dado desde entonces.

El más destacable quizá sea el del neurólogo Marcus Raichle, que en 2001 identificó un área del cerebro que hemos venido a llamar red de la imaginación, que se localiza en la corteza, la parte frontal y parietal de los lóbulos temporales. Esta red de la imaginación es la principal responsable de que soñemos despiertos, divaguemos sobre el pasado, el futuro y lo abstracto.

Es importante para alcanzar la creatividad, pero por sí sola no garantiza nada. El secreto de las personas creativas es que activan esta red mientras tanto y la relacionan con la red ejecutiva del cerebro, es decir, la responsable de controlar la atención y la memoria. De esta forma la persona se concentra en dejar volar su imaginación, bloqueando las distracciones externas y permitiéndola aislarse en su ensoñación.

Concentrarse para soñar despierto, prestar atención para imaginar. Parece un oxímoron pero la contradicción relativamente común a la hora de analizar los cerebros creativos. Según un estudio realizado por el propio doctor Barron, el escritor medio se encuentra entre el 15% de la población con más propensión a desarrollar una psicopatología.

El dato es suficientemente extraño, pero se complica más al compararlo con otra conclusión del mismo estudio: los escritores creativos sacaron una puntuación extremadamente alta en test de salud psicológica. Barron llegó a la conclusión de que las mentes creativas son «a la vez más primitivas y más cultas, más destructivas y más constructivas, ocasionalmente locas y fuertemente cuerdas comparadas con la persona media».

Pero ¿cómo se explica toda esta contradicción, más poética que prosaica? En su libro (y en este artículo de Quartz) Kaufman y Gregoire explican que la gente creativa suele ser más introspectiva, y que esta característica les dota de una autoconsciencia y un conocimiento de «su lado más oscuro e incómodo» que poca gente posee. Puede, siempre según los autores, que sea esa conexión con la luz y la oscuridad la que les garantice una personalidad compleja que puede igualmente reflejar cordura y locura.

Porque no todo son sorpresas en las conclusiones de este libro. La imagen estereotipada del creativo caótico, complejo y levemente depresivo queda reflejada a la perfección, no sólo aquí, sino en distintos estudios. Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de psicología de la universidad de Claremont (California), ha pasado más de 30 años estudiando el proceso creativo y la personalidad de aquellos que lo desarrollan.

Su conclusión es que «si tuviera que expresar en una palabra que hace estas personalidades distintas del resto sería complejidad. Muestran tendencias de pensamiento y acción que en la mayoría de la gente están segregadas. Muestran extremos contradictorios, en lugar de ser un individuo, cada uno de ellos se comporta como una multitud».

Los avances científicos nos han hecho ponerle cara a las musas, pero ¿para qué podemos utilizar ese conocimiento? ¿se puede aprender a ser creativo? Parece haber una tendencia o predisposición natural, pero en los últimos años se ha empezado a dar importancia al estímulo de la creatividad.

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El educador Ken Robinson dio en 2006 una charla en TED en la que aseguraba que las prácticas educativas actuales aplastan los talentos creativos de los estudiantes y abogaba por buscar formas de estimularlos. Robinson hizo suya la frase de Pablo Picasso, que aseguraba que «todos los niños nacen artistas, el problema es seguir siéndolo cuando crecen».

El vídeo se convirtió en el más visto de la historia de estas conferencias. Acumuló 43 millones de visitas. Pero la comunidad educativa se mueve despacio y los cambios desde entonces no han llegado.

Aunque a nivel académico no se estimule la creatividad, a nivel personal se puede observar e imitar los hábitos de las personas altamente creativas y estos, según Kaufman y Gregoire, serían: soñar despierto, observar alrededor, trabajar en un horario adaptado a sus necesidades y no marcado tanto por convencionalismos, tomarse tiempo para estar solo, aprender a superar los obstáculos, en un fenómeno que la psicología ha bautizado como crecimiento post-traumático y del que puedes sacar un claro ejemplo repasando todas las películas y canciones de desamor.

Puede que una de las características más esenciales sea la de buscar nuevas experiencias y estar abierto al cambio, algo que si se combina con resiliencia, valentía y curiosidad daría la receta de la creatividad. Una receta que, dicho sea de paso, es mejor no copiar, pues no hay nada menos creativo que seguir una fórmula al pie de la letra.

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