Educación y habilidades

La forma en que hablas con tu hijo podría potenciar su memoria

Estevan Ordóñez
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Educación y habilidades

El método periodístico podría servir para incrementar la capacidad de los niños para recordar detalles de sus experiencias. Las 5W (what?, why?,who?, when?, where?) que guían (aunque cada vez menos) a los periodistas a la hora de reconstruir una historia pueden enseñar a los pequeños que merece la pena mantener los ojos bien abiertos. La forma en que hablas a tus hijos podría moldear su capacidad de atención inculcándoles la inercia de la curiosidad.

Un equipo de la Universidad de New Hampshire (EEUU) está estudiando cómo la forma en que los padres hablan con sus hijos influye en su habilidad de recordar y reconstruir los relatos. Michelle Leichtman, la investigadora principal, cuenta a Yorokobu que «las variaciones naturales en la manera en que los padres hablan con sus hijos, de las cuales ni siquiera son conscientes, tienen efectos importantes en la memoria de los niños».

Son modos conversacionales espontáneos y mantenidos en el tiempo. Nacen de una curiosidad real por parte de los padres. El equipo de investigación no conecta este sistema de conversación con ninguna premisa periodística; ellos lo llaman «charla de estilo elaborativo», un término que acuñó Robyn Fivush, experta en memoria autobiográfica. Sin embargo, basta leer los puntos que la definen para advertir que existen semejanzas con las 5W del trabajo de observación básico de un cronista.

El estilo de comunicación paternofilial al que aluden se enfoca frecuentemente sobre el pasado y se entretiene en lanzar muchas preguntas abiertas (¿Qué piensas sobre eso?, ¿Quién estaba?, ¿Dónde fue?, ¿Cuándo fue?). «Usan un lenguaje descriptivo, incluyendo adjetivos y adverbios; emiten evaluaciones (Hiciste un gran trabajo con esto… Eso no puede ser correcto) y utilizan lenguaje emocional», describe Leichtman.

Son padres que siguen la orientación que el niño marca en la conversación, «en lugar de repetir preguntas de las que quieren saber la respuesta». En cambio, en la otra orilla, muchos progenitores hablan a sus vástagos con una intención más práctica: proponen preguntas que sólo motivan respuestas, muchas veces, monosilábicas e incluso las repiten «si los pequeños no responden de la manera que ellos desean». Aquí, el niño no tiene que rastrear en las imágenes que ha almacenado en su cabeza para responder, sino, simplemente, cumplir un requerimiento.

La investigación, que empieza ahora a publicarse en Journal of Experimental Child Psychology, transita por la fase más temprana de una ruta de estudio más amplia y aún requiere replicación, pero los primeros resultados revelan un efecto visible en la capacidad de los niños para relatar sus vivencias.

«Muchos estudios han indicado que detienen más detalles en el recuerdo y ellos mismos adoptan una manera más elaborativa de pensar y describir los sucesos con el tiempo», recuerda.

El equipo de New Hampshire, como cuenta Research Digest, reclutó a madres y padres de 40 niños con edades comprendidas entre los cuatro y los seis años. Los participantes pertenecían a dos escuelas de distinta extracción socioeconómica. La monitorización se haría partiendo de una charla científica amena y práctica sobre la luz en la que los pequeños participaron. Los investigadores convencieron a los padres para que grabaran su conversación con sus hijos después de clase. La consigna era sencilla: hablen con ellos como harían normalmente.

Los precursores de la prueba hablaron con los niños seis días después. Los hijos de padres con un estilo más esmerado de charla aportaban más detalles y recordaban mejor el contenido de la clase; de hecho, llegaban a rescatar aspectos adicionales que no rememoraron al conversar con sus padres.

Por el contrario, los padres que usaban preguntas menos abiertas relataban las clases con mucha contención y, en consecuencia, seis días después, cuando se enfrentaban a las preguntas de los expertos, aportaban una cantidad menor de información.

Leichtman reconoce que la estimulación emocional puede constituir uno de los motores del efecto detectado. «Compartir las memorias personales es una forma de confraternizar con el otro. Los padres hablan con sus hijos sobre las experiencias de los niños, en parte, para conectar con ellos y para reforzar la idea de que lo que hacen los convierte en únicos», reflexiona.

«Creemos que esas conversaciones comunican al niño que las experiencias de clase merecen ser recordadas y señalan implícitamente qué aspectos de sus vivencias merecen más atención. Si los padres no se sienten interesados por la ciencia, esto podría verse reflejado en la conversación», continúa.

La gran pregunta clave es si, como parece, el temperamento conversador de los padres podría influir en las calificaciones escolares de los estudiantes. Leichtman no se atreve todavía a afirmarlo, aunque esta hipótesis forma parte del itinerario que pretenden enfilar las investigaciones.

Sus expectativas en este punto se nutren de las exploraciones sobre la memoria episódica que realizaron en estudios anteriores. «Cuando los estudiantes de secundaria y los universitarios responden a las preguntas de los exámenes no se basan sólo en la recuperación de los hechos, sino también en la de episodios específicos (por ejemplo, el momento en que estaban sentados en la cama estudiando y, de repente, comprendieron el concepto)», detalla. La cuestión es si las conversaciones con los padres podrían ser algo así como las migas de pan de Hansel y Gretel: un sencillo camino de vuelta.

Los resultados no aclaran, de momento, si realmente se agudizan la memoria de los niños y la capacidad de observación o si, más bien, el interés de los padres libera su confianza en su propia habilidad expresiva y en la validez de sus palabras. Tal vez el misterio se esconda en conseguir que no vean el mundo como un ente extraño y asuman que, aunque no levanten cuatro palmos del suelo, también tienen derecho a explicar su forma de ver las cosas.

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