Un modelo de crecimiento para la Europa del sur

Construction workers stand on a scaffolding at the Bank of Spain in central Madrid, Spain, November 13, 2015. REUTERS/Andrea Comas/File Photo - RTSIHVW

Image: REUTERS/Andrea Comas

Manuel Alejandro Hidalgo Pérez
Profesor de Economía Aplicada , Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
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El pasado día 16 de marzo se convocó en Madrid una reunión organizada por la Fundación Friedrich Ebert y por Agenda Pública que tenía por objetivo establecer un debate tan necesario como relevante sobre el futuro modelo de crecimiento económico del Sur de Europa, su engarce con el norte del continente y dentro de las restricciones económicas y políticas que plantean una unión monetaria. Concretamente, en esta reunión a la que acudieron más de una decena de economistas de diversas sensibilidades y posicionamientos, se discutieron de numerosos elementos y cuestiones y que pivotaron sobre una ponencia, que presentada por el economista alemán Michael Dauderstädt, destacaba precisamente estas cuestiones.

El informe presentado por el profesor Dauderstädt constaba de dos grandes partes diferenciadas. En una primera se desarrollaba un resumen sobre cuáles habían sido los motores de crecimiento de la economías del sur de Europa con anterioridad a la Gran Recesión de 2008. Aunque la diversidad de las diferentes economías eran planteadas desde un principio, existieron claramente factores comunes que explicaban no solo las razones de dicho crecimiento sino particularmente del porqué de la profunda crisis posterior.

Así, en una exposición inicial, y que pretendía ser un resumen del documento presentado, Dauderstädt señaló las debilidades del mismo, concretamente de un crecimiento basado en la demanda interna, sustentado en parte por un fuerte endeudamiento y generando grandes desequilibrios tanto internos como externos, como fueron los elevados déficits en la balanza por cuenta corriente o un sostenido diferencial de inflación que perjudicó la capacidad exportadora de estos países.

Entre los elementos que ayudaron a explicar este diferencial de crecimiento entre el norte y sur algunos emergen como los más relevantes. Así, entre las principales explicaciones se destacan la existencia de una moneda única sin posibles ajustes cambiarios y de un sistema financiero integrado a pesar de no existir unión bancaria, y que facilitaba los flujos de capital desde el norte al sur para sostener dicho ritmo de crecimiento. Dichos desequilibrios, acumulados durante los años de mayor crecimiento, ayudan a explicar la especial severidad de la crisis en estas economías una vez esta estalla en el curso del año 2008.

Dicha severidad no fue convenientemente tratada a opinión del autor del informe, algo en lo que la mayoría de los presentes coincidía. Así, la consolidación fiscal, una vez iniciada la segunda fase de la crisis, la llamada crisis de la deuda a partir de 2010, la necesidad de eliminar el desequilibrio exterior y fomentar el crecimiento económico planteaban un trilema difícil de cumplir y que terminó por descansar en los dos primeros puntos de esa imposible trilogía, a costa de una reedición de la recesión a partir de 2011.

A continuación, en el mismo trabajo, se proponían varias reformas para que el futuro crecimiento de las economías del sur no vuelva a caer en los mismos errores. Entre las recetas propuestas destacaban la mejora de las exportaciones, no necesariamente mediante ganancias en competitividad a costa de los salarios sino especialmente mediante la aplicación de reformas de carácter estructural como la educación; inversión pública y flexibilización del funcionamiento de estas economías, como por ejemplo el mercado de trabajo. Políticas de rentas o de reforma del sistema financiero completarían estas actuaciones tendentes a mejorar el modelo de crecimiento futuro en el marco del euro de las economías del sur europeo, en particular España.

Una vez iniciado el debate sobre el documento, una de las primeras cuestiones planteadas se centra en la caracterización de la salida de la crisis por parte de los países del sur.

Especial relevancia tiene en el debate la obligada devaluación interna asumida por los países que en el marco de una unión monetaria no pueden aplicar devaluaciones tradicionales. El argumento de algunos de los economistas que allí intervinieron era la posibilidad de establecer mecanismos compensatorios, dada la dureza de este tipo de ajustes sin tipos de cambios, y que deberían conllevar a un cambio en la filosofía tanto del Banco Central Europeo, con políticas monetarias que se acomodaran más a estas situaciones como a los propios gobiernos del norte y centro de Europa para aceptar la necesidad de transferencias fiscales en momentos críticos como los vividos a partir de 2011. En este sentido se defendió que parte de estas actuaciones se hicieran en línea a los planes de inversión, como el Plan Junker o la posibilidad de ceder soberanía a la Unión Europea así como a una incipiente armonización fiscal, particularmente centrada en impuestos como el de sociedades.

Sin embargo, y como Dauderstädt quiso trasladar, existe dificultad de que este mensaje cale en la sociedad y en la clase política de las economías centrales, en especial la alemana. Incluso la socialdemocracia de este país, muy europeísta, duda de la posibilidad, pues es compartida la idea de que los excesos de los países del sur deben ser compensados en momentos como los vividos tras la crisis por ajustes estructurales de los desequilibrios.

Las intervenciones que a continuación se suceden ponen en solfa que los grandes desequilibrios entre los países del euro vienen derivados de una falta de entendimiento por cuáles son las consecuencias de tener economías muy diferenciadas en el marco de una unión monetaria. Así, los modelos productivos del norte, muy condicionados por una industria muy competitiva y una sociedad muy ahorradora, exigen de un sur más orientado a la producción de bienes no transables, lo que implica un equilibrio en las balanzas comerciales que es imposible sin un mayor aumento del consumo en las primeras. La no resolución de estas diferencias condena al sur a un elevado endeudamiento que se traduce en obligaciones de pago que no solo van a condicionar la riqueza actual de estas economías, sino la de generaciones futuras.

Por lo tanto, la discusión va dirigiéndose hacia temas relacionados con los modelos económicos y la necesidad de su mutación. Sin embargo, algunos de los presentes indican que dichos cambios ya han sido en gran parte realizados condicionados al marco regulatorio y de toma de decisiones existente. En particular la economía española es hoy mucho más exportadora que hace diez años. Nuestro compromiso con el euro ya ha sido cumplido y por lo tanto se exige igualdad de compromiso por las otras partes. Se debe exigir una verdadera política industrial, un nuevo marco de unificación regulatoria en la unión monetaria. Es más, muchos de los allí presentes consideran que la simple unificación de grandes políticas, necesarias y para muchos aun altamente incompleta, son condición necesaria pero no suficiente.

En este sentido una buena propuesta de cambio de modelo puede ser una clara apuesta por el cumplimiento de nuestros compromisos medioambientales. En este sentido, las inversiones dirigidas a esta posibilidad cumplirían con varios de los requisitos exigidos a España para la sustitución de un modelo por otro. Así, la inversión en renovables cumpliría con el objetivo de emisiones de carbono, ayudaría a la sustitución de importaciones y por ello a la mejora de la balanza española y por último permitiría ser más eficientes por lo que terminaríamos redirigiendo nuestro modelo hacia una economía más sostenible y equilibrada con el exterior.

Por último, el debate se centra en cómo poder llevar a cabo una armonización fiscal para evitar que vuelvan a suceder episodios de soledad como los sufridos en los años más duros de la crisis por parte de aquellos países que tuvieron que llevar a cabo fuertes ajustes. Aunque en este sentido, y como se ha adelantado, las reticencias a una mayor cesión de soberanía, necesaria para alcanzar estos objetivos, está no muy bien vista en el norte y centro de Europa, se plantean medidas alternativas y cuyos efectos sean similares aunque no tan explícitos como una unión fiscal. Políticas de empleo comunes, como las activas, o subsidios de desempleo en parte financiado por un presupuesto común podrían ser, junto con proyectos ambiciosos de inversiones, una buena línea para discutir.

Artículo en colaboración con la Fundación Friedrich Ebert – Oficina de Madrid

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