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¿La nueva esperanza de Europa?

Participant of the Pro-Europe "Pulse of Europe" movement holds European Union flag during a protest at Gendarmenmarkt square in Berlin, Germany, April 2, 2017.     REUTERS/Fabrizio Bensch - RTX33Q2V

Image: REUTERS/Fabrizio Bensch

Daniel Gross
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European Union

La perspectiva de que el centrista y pro-europeo Emmanuel Macron se convirtiera en el próximo presidente francés ha alimentado la esperanza de que un renovado liderazgo franco-alemán de la Unión Europea se asome en el horizonte. Después de las elecciones generales de Alemania en septiembre, es de esperar, una UE más estable podría comenzar a avanzar de manera más acelerada hacia la unidad y la integración.

A tal efecto, reformar la eurozona parece un primer paso obvio -un paso que el propio Macron plantea a menudo-. Pero esto podría resultar mucho más difícil de lo previsto. En primer lugar, existen profundas diferencias entre las filosofías económicas de los responsables de las políticas en Francia y Alemania.

Como explican Markus K. Brunnermeier, Harold James y Jean-Pierre Landau, Alemania se ha convertido en el defensor de un sistema basado en reglas que hace hincapié en mantener los déficits bajos y que generalmente prohíbe rescatar a los deudores. Francia, por el contrario, tiende a respaldar la idea de que el estado debería ser libre de intervenir cuando fuera necesario, incurriendo en un déficit o inclusive ofreciendo un rescate para impedir una crisis. Afortunadamente, el programa de Macron reconoce elementos de la estrategia alemana, como la necesidad de equilibrar el presupuesto en el largo plazo, lo que sugiere que, bajo su liderazgo, un acuerdo franco-alemán podría ser posible.

Por supuesto, las diferencias entre Francia y Alemania se extienden más allá de la filosofía económica y llegan al desempeño real. Pero inclusive esas diferencias tal vez no planteen un obstáculo irremontable para la cooperación.

Si bien se ha hablado mucho de la debilidad de la economía francesa, en muchos sentidos, Francia representa el promedio de la eurozona. Su tasa de crecimiento ha sido aproximadamente medio punto porcentual más baja que la de Alemania en los últimos años. Pero esto ahora está cambiando, y el potencial crecimiento futuro de Francia es de alrededor de medio punto porcentual más alto que el de Alemania, donde la población se está achicando.

Es más, la tasa de desempleo de Francia está declinando, aunque sigue siendo muy superior a la de Alemania. De la misma manera, si bien las finanzas públicas de Francia efectivamente representan un problema, el nivel de deuda está en una trayectoria descendente, y el programa de Macron reconoce la necesidad de reducir el gasto, para permitir recortes impositivos.

En este contexto, una iniciativa franco-alemana en torno a la reforma de la eurozona bien puede ser posible. Si así es, ¿qué se podría hacer para apuntalar la unión monetaria?

Tal como están las cosas, ya no existe la necesidad de medidas de emergencia. Las tensiones del mercado financiero han cedido y la economía se está expandiendo, mientras que el empleo regresa a su pico previo a la crisis. De manera que el foco de las políticas estará puesto en las reformas de largo plazo.

Una agenda de estas características debería incluir la culminación de la unión bancaria, con el fortalecimiento de la garantía de depósitos común. El desafío aquí reside en el hecho de que la garantía de depósitos común es incompatible con la práctica actual de los bancos de tener cantidades muy grandes de deuda de su propio gobierno. Si el gobierno se vuelve insolvente, y los bancos quiebran, los costos serían asumidos por toda la eurozona.

Aquí, la disputa no es entre Alemania y Francia, sino entre Alemania e Italia. Alemania ha insistido en que, sin límites a la cantidad de deuda gubernamental que pueden tener los bancos, no se puede introducir ninguna garantía de depósitos común. Pero Italia ha objetado esos límites, por temor a que los costos de financiamiento del gobierno pudieran dispararse, y quizá también a que los bancos italianos, que dependen financieramente de las mayores ganancias de intereses por sus tenencias de deuda pública, pudieran verse excesivamente afectados.

Italia representa un escollo también para Alemania en materia de mutualización de la deuda. Los alemanes tienen suficiente fe en la estabilidad económica a largo plazo de Francia como para considerar algún tipo de presupuesto pequeño para la eurozona. Cuando se trata de Italia -con su combinación de deuda elevada y crecimiento muy lento-, Alemania no tiene la misma confianza. Esto representa el mayor obstáculo para una mayor integración fiscal en la eurozona.

Existe otra área en la que el problema tiene más que ver con Alemania e Italia que con Alemania y Francia: la gestión de los flujos de refugiados y la distribución de las personas que buscan asilo. Sin duda, el acuerdo de la UE con Turquía en 2015, combinado con el cierre de la ruta de los Balcanes en la primavera de 2016, ha reducido la cantidad de refugiados que llegan a la UE desde el sudeste a un mero goteo.

Pero miles de personas siguen llegando desde el sur, a través del Mediterráneo. Y a medida que se intensifica el conflicto en Libia, esos flujos amenazan con crecer. Por el momento, aquellas personas atrapadas en el Mediterráneo son llevadas a los puertos más cercanos, que casualmente están en Italia. Bajo la llamada Regulación de Dublín, Italia es entonces responsable de ocuparse de ellas, de ofrecerles ayuda humanitaria y de procesar sus solicitudes de asilo, que rondan los cientos de miles.

Sin embargo, para muchas de esas personas en busca de asilo, Alemania es el verdadero objetivo. El gobierno alemán sabe, y reconoce, que no puede simplemente ocultarse detrás de la Regulación de Dublín. Tanto Italia como Alemania entonces tienen un fuerte interés en encontrar una estrategia europea que fortalezca la capacidad de la UE de resguardar sus fronteras externas, quizás a través de una Guardia Costera Europea, al mismo tiempo que se distribuye la carga de aceptar los refugiados de manera más equitativa en toda la Unión.

Francia hasta el momento no ha desempeñado un papel activo en esta discusión. Después de todo, su principal problema no es la inmigración, sino la integración de la segunda generación de inmigrantes -y el extremismo que puede generar que esto no se logre.

Aun así, el próximo presidente francés debería asumir un rol más activo. Los acuerdos integrales son una especialidad de la UE, y Macron no debería concentrarse exclusivamente en la agenda del euro. Por el contrario, debería tener en cuenta las prioridades tanto de Italia, el mayor obstáculo para la reforma de la UE, y de Alemania. Eso implica armar un paquete que responda a las prioridades de Alemania -específicamente, garantizar la estabilidad fiscal y ponerles límites a las tenencias de deuda soberana por parte de los bancos- a la vez que ayude a aliviar la carga de Italia a la hora de resguardar la frontera externa de la UE y admitir refugiados. Con este tipo de estrategia, tal vez 2017 realmente pueda convertirse en un punto de inflexión para Europa.

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