Zaatari, la ciudad de lata cuatro años después

Jacobo Morillo
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Zaatari se levantó como campo para refugiados oficialmente en el verano de 2012, debido a la ola de sirios que huían de la guerra civil y que se fueron acumulando en el norte de Jordania. Desde entonces, cientos de miles –fuentes jordanas incluso cuentan en millones– han cruzado la frontera de forma ilegal. Hoy se calcula que residen en el campo de Zaatari en torno a 70.000 personas.

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Después de cuatro años desde su construcción, el campo de refugiados de Zaatari se parece bastante a una urbe. En la imagen, Al Souq Street, una de las calles principales del campo, donde se encuentran la mayor parte de tiendas y establecimientos.

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No fue casualidad que se eligiera Zaatari como lugar para levantar el que actualmente es el cuarto centro urbano más grande del país: a pesar de las críticas por su zona desértica, el área de Al Mafraq cuenta con una balsa de agua subterránea. Aún así el tema del agua ha sido un asunto rodeado de polémica, con una crítica prioritaria de los refugiados sobre su servicio: “La situación era tan pobre que tenía que recorrer kilómetros para conseguir agua, y no podía ir al baño cuando lo necesitaba”, cuenta Arwa, una refugiada de Damasco que pasó solo unos días en el campo, y que ahora reside en el municipio de Rusaifa, a 25 km de Amman. En la imagen, explanada dentro del campo donde los niños aprovechan el espacio para jugar.

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Uno de los mayores problemas es la cantidad de menores que viven en Zaatari. La mitad de los refugiados no superan los 18 años. A medida que se cruza el campo uno no tarda en percatarse de la cantidad de bebés y niños que han nacido allí. En la imagen, niños en la puerta de su alojamiento en una calle secundaria del campo.

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Los refugiados pueden salir de Zaatari entre un par de horas y 20 días como máximo, solicitando previamente una autorización, para realizar las compras necesarias que exige la vida en el campo. Cuentan con un un documento de “prueba de registro” proporcionado por ACNUR válido sólo mientras permanezcan en los campos, proporcionado por ACNUR. Jóvenes refugiados se aglutinan contra la verja que da a los centros médicos y de seguridad, único punto del campo con conexión a Internet.

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Los refugiados vivían al principio en tiendas de plástico, hoy empleadas para los animales. Con el paso de los meses y previendo que la situación se prolongaría, se construyeron caravanas de plástico, como las de la imagen, recubiertas por placas de latón, que cuentan con grandes tanques de agua con relativa abundancia, dependiendo de las calles.

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El campo es como una ciudad. Tiene sus propios organismos que hacen de ministerios: sanidad, educación, alimentación y agua”, explica Gavin David White, trabajador de ACNUR. Hay centros educativos para menores de todas las edades. Sin embargo, el número de horas invertido en la enseñanza es demasiado reducido. En la imagen, niños se juntan al salir de la escuela.

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La seguridad del campo recae en las fuerzas jordanas, que se encargan de mantener el orden mediante el registro y control de toda persona que entra o sale de la nueva urbe. El Ejército ha desplegado amplios recursos para normalizar la situación y evitar brotes de protestas y escapadas de retorno a Siria.

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La región de Al Mafraq ha multiplicado su importancia, así como su población. Taxistas, pastores y comerciantes ven cómo la zona es hoy mucho más transitada. En el campo, la bicicleta se ha convertido en el medio de transporte común entre los refugiados de Zaatari.

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Durante los primeros años del éxodo, el descontento era notable y generalizado entre los sirios. Zaatari es hoy una aglomeración que intenta asemejarse a lo que sus residentes perdieron no hace tanto tiempo, y que poco a poco va cobrando forma de ciudad. No sería el primer campo de refugiados que se transforma en urbe en Jordania. Un pastor jordano conduce su rebaño a las puertas del campo de refugiados de Zaatari.

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