Tecnologías emergentes

El ingeniero que quiere conectar tu cerebro a internet

A combination of pictures shows participants competing during the Brain-Computer Interface Race (BCI) at the Cybathlon Championships in Kloten, Switzerland October 8, 2016. The pictures show clockwise from top L to bottom L: Hong Gi Kim of South Korea, Sebastian Reul of Germany, Andre Neyron of France, Britain's David Mark Rose, Numa Poujouly of Switzerland and Britain's Owen Collumb. REUTERS/Arnd Wiegmann TPX IMAGES OF THE DAY      - RTSRD98

Image: REUTERS/Arnd Wiegmann

Redacción
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Tecnologías emergentes

Es el sueño definitivo del hombre. Alcanzar la inmortalidad. Aunque sea renunciando al propio cuerpo si, con tal de mantener la consciencia, podemos sustituir las venas por cables, los órganos por chips y los recuerdos por series binarias de unos y ceros. Que nadie se frote las manos: la idea es solo eso, una idea. Pero el planteamiento es un campo de estudio, aunque muy limitado por ahora, en expansión. La ambición presente no es tanto alcanzar la inmortalidad, algo reservado para una tecnología mucho más avanzada que la actual, como encontrar la forma de mudar nuestra consciencia desde el cuerpo a la máquina a través de internet. De lo biológico a lo mecánico.

El último en dar un paso para avanzar en esta línea de investigación es el bioingeniero sudafricano Adam Pantanowitz, que pertenece a esa estirpe de jóvenes genios autodidactas con ideas revolucionarias. Este investigador de la Universidad de Wits, en Johannesburgo, ha desarrollado una tecnología que ya ha logrado conectar, aunque de manera muy primitiva, el cerebro a internet. Brainternet, como ha bautizado su creación (brain significa cerebro en inglés), es una interfaz que concibió hace cuatro años, informa Ozy, y que ha hecho realidad recientemente con la ayuda de dos estudiantes de ingeniería biomédica. ¿La innovación? Brainternet ha conseguido transformar las ondas cerebrales en señales digitales y enviarlas a la web. Es decir, ha dado el paso de lo psicológico a lo digital. Es la primera vez que esto se consigue, según Pantanowitz.

¿Y qué sentido tiene hacer este cambio? ¿Qué utilidades tiene transmitir parte de nuestra consciencia por correo electrónico? Muchas. Por ejemplo, si una persona epiléptica está conectada a Brainternet, podría predecir cuándo sufrirá su próximo ataque para poder ir a urgencias unos minutos antes. De la misma manera, si alguien está en peligro en algún lugar y necesita ayuda, podría alertar a una persona de confianza sin necesidad de que esté físicamente presente.

¿Qué puede saber una máquina de nosotros?

Utilizando Brainternet, una suerte de casco similar al de un encefalograma, Pantanowitz y sus colegas han conseguido enviar las señales cerebrales a un servidor online que logró descifrar “cuándo una persona estaba levantando el brazo derecho, o levantando el brazo izquierdo, y la pantalla no solo reflejaba las señales sino también información sobre qué actividad estaba haciendo” la persona, ha explicado a Ozy el bioingeniero. Y lanza una predicción: “De la misma manera que los teléfonos móviles o los aparatos de aire acondicionado pueden tener direcciones IP, una persona podría estar conectada a internet con señales biológicas”.

Ese es solo el primer paso para una tecnología que todavía el propio Pantanowitz considera distante: que este dispositivo funcione a la inversa. Es decir, que sea posible descargar datos de internet directamente a nuestro cerebro. Lo cual lleva a otra realidad aún más distante: la inmortalidad digital. Fusionar mente y máquina y trasladar todos los datos cerebrales de una persona (sus recuerdos, sus ideas…) a un aparato. Por inquietante que suene, el debate está sobre la mesa. Elon Musk, el hombre detrás de Tesla y SpaceX, está investigando en este campo mediante otra de sus empresas, Neuralink. Y esta posibilidad presenta no pocos problemas. En el momento en el que decidamos conectar nuestro cerebro a internet, un hacker lo suficientemente entrenado podrá fácilmente leer, robar o incluso modificar nuestra actividad cerebral.

Y las implicaciones éticas no son menores: ¿dónde empieza la máquina y dónde termina la persona? ¿Qué parte de la identidad se perdería al sustituir la carne por el metal? Ciertas necesidades que mueven de manera capital la vida de los seres humanos derivan del hecho de que vivimos en un cuerpo. La satisfacción de comer o el bienestar que produce el contacto físico con otro ser humano son solo algunas de las dimensiones a las que tendría que renunciar una persona que quisiese vivir como una máquina.

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