Queremos pagar impuestos

Protest signs are seen during a rally against the Republican tax bill on Capitol Hill in Washington, U.S., November 15, 2017. REUTERS/Aaron P. Bernstein - RC1EE7C95D00

Image: REUTERS/Aaron P. Bernstein

José Ignacio Torreblanca
Jefe de Opinión, El País
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400 millonarios americanos le han pedido a Trump que no les baje los impuestos. Argumentan, con razón, que eso provocará un aumento de la desigualdad.

No solo fascina saber que haya millonarios tan responsables sino que, además, provengan del país que situó la negativa a pagar impuestos en el origen de una revolución democrática admirada por el mundo entero.

El principio “no taxation without representation” estableció que no se puede imponer a los ciudadanos el pago de impuestos en cuya aprobación no han participado en asambleas democráticamente elegidas. Y como los colonos americanos no enviaban representantes al parlamento británico donde se aprobaban los tributos que luego tenían que pagar, éstos concluían, con razón, que no debían pagarlos.

Sin impuestos no puede haber representación. Por eso algunos quieren pagar. Quien paga exige.

El vínculo entre representación e impuestos, presente ya cien años antes en la revolución inglesa, se retrotrae al medioevo (como ha reconocido la Unesco al declarar la Carta Magna leonesa de 1188 como cuna del parlamentarismo). Y sin embargo, hoy está en entredicho. Las democracias atraviesan una crisis de representación muy compleja y que tiene muchos elementos, pero uno de ellos es, sin duda, la erosión de la capacidad de recaudación.

El problema ahora no es que los ciudadanos no elijan a los representantes que fijan sus impuestos, sino que estos representantes cada vez son menos capaces de recaudar los impuestos que se necesitan para llevar a cabo las costosas políticas que son necesarias para combatir la desigualdad y la desafección política.

El trabajo asalariado escasea y las rentas del trabajo están estancadas o en caída. Los Estados compiten entre sí para ofrecer bajos impuestos a los inversores. Los paraísos fiscales permiten a empresas y grandes fortunas evadir tributos. Y las nuevas empresas tecnológicas (Google, Apple, Facebook o Amazon) apenas pagan impuestos. Thatcher y Reagan declararon la guerra al Estado, es decir, a los impuestos. Y van ganando. Los representantes no nos representan, entre otras cosas, porque pueden hacer muy poco con nuestro voto. Así que la vieja afirmación se ha dado la vuelta: sin impuestos no puede haber representación. Por eso algunos quieren pagar. Quien paga exige.

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