Civil Society

Solo la voluntad política podrá acabar con el trabajo infantil

Locals carry coal from an open cast coal field at Dhanbad district in the eastern Indian state of Jharkhand September 20, 2012. With oil and gas output disappointing and hydropower at full throttle, Asia's third-largest economy still relies on coal for most of its vast energy needs. About 75 percent of India's coal demand is met by domestic production and, according to government plans, that won't change over the next five years. Picture taken September 20, 2012. To match INDIA-COAL/ REUTERS/Ahmad Masood (INDIA - Tags: BUSINESS EMPLOYMENT ENERGY SOCIETY ENVIRONMENT) - GM1E8AM0HBX01

Image: REUTERS/Ahmad Masood (INDIA - Tags: BUSINESS EMPLOYMENT ENERGY SOCIETY ENVIRONMENT) - GM1E8AM0HBX01

Kailash Satyarthi
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Los derechos humanos

En octubre de 1997, cuando los líderes globales se reunieron en Oslo para ver estrategias para acabar con el trabajo infantil, llegamos con una enorme ambición y un profundo compromiso de cambio. Buscamos proteger a los niños de la explotación y desarrollar “nuevas estrategias para eliminar el trabajo infantil en los niveles nacional, regional e internacional”, a través de mejores formas de colaboración y planificación.

20 años después, es tiempo de preguntar cómo lo hemos hecho.

No muy bien. Desde ese primer encuentro, el mundo ni siquiera ha reducido a la mitad la cantidad de niños trabajadores. En los últimos cinco años, la comunidad internacional ha podido reducir esta cifra en apenas 16 millones, el ritmo de reducción más lento en décadas. De los 152 millones de niños que trabajan hoy en día, cerca de 73 millones lo hacen en tareas que se consideran peligrosas. Incluso las “seguras” afectan su bienestar físico y sicológico hasta bien entrada la adultez.

Peor, según los datos más recientes de la Organización Mundial del Trabajo, el mundo ha avanzado mínimamente en la protección de los grupos más expuestos al riesgo: los niños entre 5 y 11 años, y las niñas.

El problema no es que no hayamos aprendido algo en nuestros cuatro encuentros globales (el más reciente se celebró en Buenos Aires este mes), sino que no hemos seguido nuestros propios consejos en el pasado y el presente.

Incluso mientras hablamos ahora, hay perturbadores acontecimientos globales que han añadido un giro siniestro al tráfico y al trabajo infantil. Se suponía que este iba a ser el siglo del empoderamiento de los más marginados, pero en lugar de ello vemos la cara más perversa de la globalización, de la que los niños son víctimas una y otra vez.

Debido a que los traficantes pueden medrar fácilmente en el caos, los niños de las zonas en conflicto son particularmente vulnerables. Por años, Siria ha sido un foco de atención debido a la horrible violencia a la que están sometidos sus menores, pero el aumento global de bandas organizadas deja en evidencia el riesgo que corren también los niños de Asia, África, América Latina y Europa. Para acabar con esta tendencia se requiere con urgencia una inversión coordinada en educación y seguridad donde sea que haya niños en riesgo: zonas en conflicto, campos de refugiados y áreas afectadas por desastres naturales.

De los 152 millones de niños que trabajan hoy en día, cerca de 73 millones lo hacen en tareas que se consideran peligrosas. Incluso las “seguras” afectan su bienestar físico y sicológico hasta bien entrada la adultez.

A menudo me pregunto cómo llegamos a este punto. A lo largo de los últimos 37 años, hemos rescatado con colegas más de 87.000 niños de trabajos forzados en la India, y a niñas de las que se había abusado tanto que habían perdido su capacidad de hablar. Hace poco rescatamos a niños de una fábrica de prendas de vestir en Nueva Delhi donde durante más de tres años habían sido obligados a sentarse y trabajar 20 horas al día en un sótano sin ventilación. Cuando los llevamos al Mukti Ashram, nuestro centro de rehabilitación de tránsito, muchos eran incapaces de caminar o incluso mirar al sol.

Nos enorgullecemos de nuestros logros, pero la depravación de los seres humanos es una fuente de constante pesar.

¿Cómo podemos poner fin a este sufrimiento de una vez por todas? Ciertamente los encuentros globales como el que recién concluyó tienen un papel que jugar, pero no basta con hablar. Los graves problemas a los que se enfrenta la humanidad solo se solucionarán una vez que los actores se conviertan en participantes plenos.

Los éxitos alcanzados en salud pública son instructivos. Por ejemplo, hubo un tiempo en que enfermedades como la polio y la viruela mataban a millones de personas. A través de los esfuerzos coordinados de doctores, voluntarios, instituciones globales, gobiernos locales y la sociedad civil se las pudo eliminar. Una colaboración parecida se necesita para reducir el trabajo infantil.

El primer lugar para comenzar son los sectores donde hay presencia de trabajo infantil, como la agricultura. Además de sólidos marcos legales, hay que crear fuertes mecanismos de rendición de cuentas para garantizar que en las cadenas de suministro no haya niños trabajando. He encontrado que, con los incentivos correctos, las empresas y los consumidores pueden convertirse en socios para erradicar el trabajo infantil.

Un ejemplo de esta colaboración surgió de la industria de las alfombras en el sur de Asia, donde se explotaba a los niños sin compasión. Para obligar a que se produjera un cambio, lanzamos un movimiento para educar a los consumidores occidentales a fin de que pidieran a los propietarios de las fábricas de alfombras que se comportaran responsablemente. Esto llevó a la creación de una marca, GoodWeave, que certifica que en su fabricación no ha trabajado ningún niño. Desde ese momento, hace más de 20 años, el trabajo infantil en la industria de alfombras de la región ha descendido notablemente, desde cerca de un millón a unos 200.000.

Los programas como estos ayudan, pero los cambios más importantes deben venir de iniciativas internacionales impulsadas por las Naciones Unidas. Para poner fin al círculo vicioso del trabajo infantil, el analfabetismo y la pobreza será necesario que las agencias intergubernamentales colaboren en torno a cada uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que afectan directamente a los menores, como el Objetivo 8 (acabar con el trabajo forzado, la esclavitud moderna y el trabajo infantil), el Objetivo 4 (asegurar la educación para todos), el Objetivo 3 (acceso universal a la atención de salud) y el Objetivo 16 (poner fin a todas las formas de violencia hacia los niños).

Para lograrlo, el Secretario General de la ONU António Guterres tendrá que canalizar más recursos para la mejora de las vidas infantiles. Su primera línea de acción debería ser llamar a los jefes de las agencias de la ONU y las organizaciones internacionales, así como a los líderes mundiales, a crear una agenda de iniciativas concertadas y coordinadas para proteger a los niños y jóvenes de todo el planeta.

A fin de cuentas, solo la voluntad política podrá acabar con el frío cálculo del trabajo infantil. No podemos construir un mundo más pacífico y sostenible sin asegurar la libertad, seguridad y educación de cada niño. El trabajo infantil priva a los niños de las tres.

A medida que atisbo qué camino seguiremos en el futuro, no puedo olvidar a una niña que conocí en Brasil, con las pequeñas manos horriblemente heridas y sangrantes por arrancar naranjas. Me hizo una sencilla preguntas que no pude responder: “¿Cómo puede el mundo disfrutar del zumo de estas naranjas si niños como yo tienen que sangrar para arrancarlas?”

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