El gran problema de la "grosse koalition”

Acting German Chancellor Angela Merkel and Social Democratic Party (SPD) leader Martin Schulz attend a news conference after exploratory talks about forming a new coalition government at the SPD headquarters in Berlin, Germany, January 12, 2018.  REUTERS/Hannibal Hanschke - RC16CC964950

Image: REUTERS/Hannibal Hanschke - RC16CC964950

Franco Delle Donne
Consultor en comunicación y doctorando en comunicación política por la Freie Universität Berlin,
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Apenas cinco días se demoraron socialdemócratas (SPD) y conservadores (CDU/CSU) para acordar las bases de la negociación para avanzar con la cuarta gran coalición de la historia alemana. En esos cinco días ambas fuerzas políticas parecieron estar exclusivamente enfocadas a lograr el consenso ya que, según su lectura de la situación, la gente espera que la política sea capaz de resolver rápidamente sus diferencias y lograr compromisos para permitir la formación de un nuevo gobierno. Si bien es cierto que luego de 100 días de haber votado no hubo avances en este sentido, pareciera este diagnóstico es algo flaco. Ambos partidos están olvidando poner atención en un elemento fundamental para cualquier gobierno: la legitimidad.

La legitimidad consta de dos elementos, que a la vez son condiciones necesarias para la gobernabilidad. El primero tiene que ver con el cumplimiento de lo normativo y que en este caso implica a todos los procesos y requisitos que llevan a dos o más partidos a constituir una alianza para luego firmar un tratado de coalición. El segundo es más complejo. Se ocupa de un aspecto más simbólico y su evaluación no tiene que ver con reglas o normas, sino más bien con emociones, sentimientos y valores. Y aquí es donde socialdemócratas y conservadores han estado fallando. Su accionar pareciera olvidar la importancia de aquella condición necesaria para lograr el apoyo social. En este sentido, una nueva gran coalición, antes que en un logro, podría convertirse en un verdadero lastre para los partidos mayoritarios de Alemania.

¿Traición, pragmatismo o ceguera política?

El partido socialdemócrata había anunciado apenas minutos pasadas las 18 horas del domingo 24 de septiembre de 2017 que no tenía interés en formar parte de una gran coalición. Así lo manifestaba un golpeado Martin Schulz, otrora portador del título de “la última esperanza socialdemócrata“. El anuncio iba acompañado de la profunda amargura de quien consigue que su partido obtenga el peor resultado de su historia: un 20,5%. En ese contexto, Schulz recordó también lo que había dicho semanas antes en relación a que él “nunca sería ministro de un gabinete liderado por Angela Merkel“. Asimismo el jefe del SPD también sostuvo que su partido estaba obligado a cumplir con un deber cívico y a la vez moral. En efecto, el hecho de pasar a la oposición impedía que los ultraderechistas de AfD, que habían obtenido el tercer lugar, se conviertan en los líderes de la misma.

Estos tres anuncios, según Schulz, eran la base del proceso de renovación que necesitaba el SPD. Se venían cambios fuertes. El puntapié inicial para una partida que nunca se jugó. Cuando las negociaciones por una coalición Jamaica (tripartito entre conservadores, liberales y verdes) fracasaron ni siquiera se había comenzado a hablar sobre el nuevo SPD. Así fue como la renovación llegó abruptamente a su fin. Por distintas razones cambiaron las prioridades y la socialdemocracia, de pronto, olvidaba los tres anuncios de aquella jornada de septiembre.

Refugiados en el encuadre del altruismo político en favor de la Nación, el SPD no tuvo el más mínimo interés en desarrollar un frame propio que explique a los alemanes, a los simpatizantes de su partido y a sus propios miembros porqué se estaban comiendo sus propias palabras. Un frame que evite la sensación de haber votado un partido que no cumple lo que dice. Un marco explicativo que redefina la situación y se deje de hablar solo de “la estabilidad“, un concepto del que sólo los conservadores, y en particular Merkel, podían beneficiarse. Tanto Schulz como el resto de la dirigencia de su partido no fueron capaces de pensar en un frame alternativo al del partido de la canciller. En lugar de estabilidad se podría haber instalado la necesidad de una reforma, por ejemplo. Así hubiesen sentado las condiciones del discurso político y a partir de allí presentar sus temas como las demandas de los alemanes para lograr un país mejor. Pero no lo hicieron. Por el contrario, las exigencias socialdemócratas fueron leídas como los premios consuelo que venían a cobrar por haber aceptado volver a pactar con Merkel. La perfecta imagen de un partido de espaldas a la gente.

El resultado de esta primera fase de negociación implica para el SPD una derrota importante. Tal vez incluso mayor que la debacle electoral del año pasado. No lograron imponer ninguno de los temas que ellos mismos planteaban como innegociables. Claro ejemplo de ello son la reforma del sistema de salud o el aumento de las contribuciones impositivas de los que más ganan, ambos descartados de plano por la CDU. Y aquí el problema no son los temas en concreto sino la ineficacia para defender sus propios principios socialdemócratas. En este contexto, una porción importante de las bases se ha manifestado en contra de este acuerdo. Se siente estafada e indignada. Tal vez la dirigencia del SPD deba repensar algunas cuestiones. Todavía tienen algo de tiempo ya que las negociaciones no han finalizado.

Está claro, de todos modos, que Martin Schulz y la dirigencia que lidera tienen un grave problema de credibilidad. Hacia adentro y hacia fuera. Si son incapaces de comprender que la construcción de legitimidad es mucho más que hacer un listado de medidas y tratar de imponer la mayor cantidad de ellas, es posible que el camino del SPD hacia el club de los partido minoritarios se convierta en una autopista.

Una reelección forzada

Las consecuencias de una cuarta gran coalición también repercuten por fuera del mundo socialdemócrata. El resultado de las elecciones pasadas se puede interpretar de diversas formas, aunque existe un elemento insoslayable: los partidos gobernantes fueron severamente castigados. La CDU de Merkel perdió ocho puntos porcentuales y el SPD de Schulz cinco. Estas caídas llevaron a ambos a lograr sus peores resultados históricos. Paralelamente el discurso de la antipolítica de los ultraderechistas de AfD obtuvo un importante apoyo que superó el 13% de los votos y lo ubicó como tercera fuerza.

Esta debacle electoral de los miembros de la gran coalición fue leída por el propio Schulz como el deseo generalizado de un cambio. Los alemanes expresaron su necesidad de proyectos alternativos que le permitan efectivamente elegir. En otras palabras, la gran coalición debía volver a ser una excepción en lugar de ser la regla.

En ese contexto, y más allá del dominante frame de la estabilidad que impulsan los conservadores desde el fracaso de Jamaica, el acuerdo entre los partidos mayoritarios pareciera desconocer aquellos resultados. Sería la paradoja de un gobierno que se mantiene pese a no haber sido reelegido. Está claro que aquí no se está rompiendo ninguna regla constitucional. Tienen la mayoría de los escaños y con ella la posibilidad de aprobar el pacto. No obstante, lo que se está quebrando es la confianza. Y es necesario que tanto la CDU como el SPD no desatiendan este problema. De lo contrario, no sólo se convertirá en el mayor problema del nuevo gobierno, sino que facilitará el crecimiento de una ultraderecha que se regocija sabiendo que podrá reactivar su frame más potente de la última campaña: “ellos son todos lo mismo. La única alternativa somos nosotros.“

Así, los ultraderechistas podrán seguir drenando el caudal electoral conservador y, al mismo tiempo, captando los votos de aquellos indignados que hace 20 años hubiesen votado a cualquier candidato del SPD antes de reelegir a Helmut Kohl. En resumen, la exitosa estrategia de la transversalidad se potencia bajo una gran coalición.

La cuarta gran coalición todavía no es un hecho. Falta que se negocie durante meses sobre cada una de las áreas y carteras políticas, que se nombre un gabinete y que finalmente los afiliados socialdemócratas la apoyen en un referéndum interno. Esta última posta no debería ser subestimada y la dirigencia del SPD debería comenzar a trabajar en ella. Incluso tal vez más que en los esfuerzos para lograr el consenso con la CDU. Irónicamente pareciera que es más sencillo que el SPD encuentre coincidencias con Merkel, su socia política de los últimos cuatro años, que con el deseo de sus propias bases.

Asimismo, resultará fundamental que ambas fuerzas se empeñen en explicar y fundamentar su decisión de continuar con esta alianza. Que sean capaces de transmitir los principios y los valores que defienden y comparten con los ciudadanos. Sólo así lograrán extinguir la sensación de que trabajan únicamente para satisfacer intereses partidarios. Este es el camino para construir una legitimidad que, por ahora, está enclenque.

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