La nueva Ruta de la Seda ya es una realidad

A train launched to operate on the Standard Gauge Railway (SGR) line constructed by the China Road and Bridge Corporation (CRBC) and financed by Chinese government arrives at the Nairobi Terminus on the outskirts of Kenya's capital Nairobi May 31, 2017. REUTERS/Thomas Mukoya - RC1FB19B24C0

Image: REUTERS/Thomas Mukoya

Águeda Parra Pérez
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En noviembre de 2017, el XIX Congreso del Partido Comunista de China ponía fin a la primera etapa de mandato de Xi Jinping, iniciándose desde entonces una segunda fase en la que el Presidente chino apostaba por un socialismo con características chinas para la construcción de una nueva era. En el horizonte próximo, la celebración del centenario de la fundación del Partido Comunista Chino en 2021 y, posteriormente, en 2049, la conmemoración de los cien años de la República Popular de China, son las fechas que Xi tiene como referencia para alcanzar el sueño chino y rejuvenecer al gigante asiático. En los próximos tres años, muchos de los grandes proyectos dentro de la nueva Ruta de la Seda estarán operativos y para 2049 la iniciativa se habrá consolidado como la mayor revolución del comercio mundial, formando parte del legado de Xi. De ahí que el líder chino se haya involucrado en primera persona para alcanzar los objetivos planteados.

El carácter inclusivo de la iniciativa hace que todos los países que participan se beneficien del nuevo esquema de comercio, con el efecto positivo de una mejor conexión entre vecinos y un mayor desarrollo económico en estas regiones. Este cambio de actitud en cuestiones de política exterior respecto a antiguos dirigentes chinos, como Deng Xiaoping, que apostaban por mantener un perfil bajo, contrasta con la visión en la era de Xi, que apuesta por una China moderna que persigue el liderazgo en las cuestiones geopolíticas y geoestratégicas que marcarán el futuro del mundo.

Diseñada para dar respuesta a cuestiones estratégicas en el desarrollo económico del país, la nueva Ruta de la Seda favorecerá que China progrese en los próximos años hacia una economía avanzada. Con el nombre en chino de 一带一路 (yīdài yīlù), y conocida por sus siglas en inglés como OBOR (One Belt, One Road), el mayor proyecto de desarrollo de infraestructuras mundial consta de seis corredores en la ruta terrestre, denominada Silk Road Economic Belt (Cinturón Económico de la Ruta de la Seda). Estas rutas actuarán de alternativa al estrecho de Malaca, en el sureste asiático, hasta ahora la vía de comunicación de China con el exterior. Y también de una ruta marítima, conocida como 21st-Century Maritime Silk Road (Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI), por la que a través de enclaves estratégicos en Asia, África y Europa, los productos chinos alcanzarán los puertos europeos. Aunque cada ruta tiene retos y desafíos diferentes, las dos cumplen el objetivo de dar forma a la visión de Xi de desarrollar nuevas vías que permitan a China jugar un papel más destacado en las cuestiones políticas, geoeconómicas y comerciales de los países que integran OBOR.

Desde que Xi Jinping presentara la iniciativa en octubre de 2013, la diplomacia china ha incorporado al proyecto 68 países de Asia, Europa y Norte de África. La inversión contemplada es propia de la magnitud del proyecto, diseñado por China para abanderar la globalización y para situar de nuevo al gigante asiático como el país del centro. El volumen de las inversiones es proporcional a los beneficios para los Estados de la Ruta. Los 60.000 millones de dólares aportados por las empresas chinas entre 2013 y 2016 se han transformado en la construcción de 56 parques industriales, el establecimiento de unas mil empresas y la creación de más de 180.000 puestos de trabajo, según fuentes oficiales.

Pero los beneficios son principalmente para China, que utiliza a sus empresas estatales y los materiales de construcción traídos directamente del país asiático para el desarrollo de las infraestructuras. Los muelles del puerto de El Pireo, Grecia, se han realizado con maquinaria de fabricación china, y a cambio la China Ocean Shipping Company (COSCO) genera unos mil puestos de trabajo en la zona. Sin embargo, en zonas donde no se encuentra personal experto, son los trabajadores chinos los encargados de la construcción de las infraestructuras, como en el corredor de Pakistán donde trabajan más de 7.000 chinos.

La nueva Ruta de la Seda cumple con el objetivo de diversificar las fuentes de acceso a energía de China, conectar con nuevos mercados y aliviar los problemas de sobrecapacidad de producción de algunos de los sectores emblemáticos, como el acero y el cemento. Pero también supone un incremento del comercio con los países OBOR, gracias a que el gigante asiático ha dado acceso directo a los bancos de la zona para hacer transacciones directamente con la moneda china, favoreciendo así la internacionalización del renminbi. El comercio y un importante desarrollo de infraestructuras dotarán a estas regiones de las capacidades para alcanzar el progreso económico que, por la carencia de medios y de presupuesto, no había sido posible hasta ahora. Una mayor actividad comercial podría, asimismo, ayudar a reducir los niveles de conflicto de una región amenazada por la inestabilidad procedente de las provincias musulmanas de Xinjiang y Ningxia y por cuestiones del terrorismo yihadista en Asia Central. De ser así, la nueva Ruta de la Seda podría ser determinante como factor estabilizador de la paz en el siglo XXI en estas regiones.

En los próximos años se consolidarán los proyectos iniciados y serán más visibles los beneficios y el potencial de las nuevas rutas comerciales, mejorando las cifras actuales que indican que la región agrupa el 35% del comercio mundial, acapara el 75% de las reservas energéticas globales y representa el 55% del PIB de todo el planeta. Aunque podría entenderse que OBOR modela una estructura de poder con ambiciones geopolíticas, Xi siempre ha negado este objetivo como parte de la iniciativa. Por ello, aunque se haya comparado en ocasiones con el Plan Marshall, no deja de ser una aproximación construida desde Occidente. Pero el espíritu principal, y piedra angular en el desarrollo de la iniciativa, es promover una apertura hacia nuevos mercados, fomentar el comercio y desarrollar infraestructuras que conecten Asia con Europa.

La dotación presupuestaria inicial de 800.000 millones de dólares es la mayor apuesta por la globalización realizada por China, al margen de Estados Unidos y Europa. El presupuesto procede del Fondo de la Ruta de la Seda, del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, siglas en inglés) y del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (AIIB, en inglés), instituciones promovidas directamente por Xi que muestran el nivel de compromiso del Presidente chino con la iniciativa. Al presupuesto inicial, habría que añadir los 124.000 millones de dólares prometidos por Xi Jinping durante la celebración del Foro de la Ruta de la Seda en Pekín en mayo de 2017.

OBOR significa el despliegue de una amplia red de vías férreas, de puertos marítimos, conductos de petróleo y gas, puentes, aeropuertos y carreteras. La extensa red de infraestructuras conectará las principales ciudades europeas por ruta terrestre en menos de tres semanas, reduciendo casi a la mitad el tiempo necesario por la ruta marítima. Los 19.000 kilómetros de vías férreas de alta velocidad de China, la mitad del mercado mundial, pasarán a ser 30.000 kilómetros en 2020, mayor que toda la red de la Unión Europea. Esto pondría de manifiesto que la conectividad a alta velocidad figura entre los grandes retos de Xi, consiguiendo además un mayor reconocimiento de los estándares chinos a nivel internacional.

En el ámbito OBOR, se dispara el número de fusiones y adquisiciones, con importes que a mediados de 2017 alcanzaron un valor de 33.000 millones de dólares, superior a los 31.000 millones de dólares de todo 2016. A pesar de las restricciones aplicadas a las inversiones en el extranjero, las realizadas en el ámbito OBOR quedan al margen de esta limitación, ya que China es consciente de que las adquisiciones en enclaves estratégicos son esenciales para hacer viable la iniciativa en las próximas décadas. Entre las más importantes del año pasado, destacan la compra de Global Logistics Properties, con sede en Singapur, por parte de un consorcio chino por el valor de 11.600 millones de dólares, y la adquisición por 1.800 millones de dólares de un 8% de una petrolera en Abu Dhabi por parte de la empresa estatal China National Petroleum.

Lo mismo ocurre con los acuerdos, que se cuentan por centenares. A mediados de 2017 se registraban 109 y se espera –los datos aún no están disponibles – que la cifra total de los acuerdos cerrados en 2017 supere los 175 alcanzados en 2016 y los 134 contabilizados en 2015, según Thomson Reuters. Mientras algunos de los proyectos comienzan a estar operativos, otros nuevos se incorporan a la lista. Entre los más recientes, la extensión ferroviaria en el sur de Sri Lanka, la compra por parte de COSCO de una participación mayoritaria de la gestora de varias terminales de contenedores en España, el refuerzo de las inversiones en Europa Central y del Este, donde China está construyendo proyectos a 20 años–y con tipos de interés del 2%– o la conexión ferroviaria en Kenia que conectará el puerto de Mombasa con la capital, Nairobi. Y este frenesí, donde los acuerdos y el desarrollo de las infraestructuras se suceden con rapidez, permitirá convertir a OBOR en la iniciativa del siglo, generando un beneficio común para todos los integrantes de la nueva Ruta de la Seda.

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