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La tecnología nos hace sentirnos más solos. ¿El retorno al voluntariado es la solución?

John Hewko
General Secretary and Chief Executive Officer, Rotary International
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La cuarta revolución industrial nos ha tornado más conectados y globalizados que nunca, pero también ha dado forma a una era de escasa participación cívica.

En su exitoso libro Bowling Alone, el científico político Robert Putnam identificó una marcada disminución en la participación cívica durante la última generación, y argumentó que esto es el reflejo de “un brusco viraje hacia el polo individualista de nuestra cultura, nuestra sociedad y la política en general”. Aunque el libro ya tiene veinte años de antigüedad, mantiene su relevancia. En efecto, un nuevo estudio publicado por dos psicólogos en una revista del proyecto Public Library of Science (PLoS) sugiere que “cuanto más usa alguien un teléfono celular para obtener información, menos probabilidad tiene de confiar en sus vecinos, en extraños y en personas de otras religiones o nacionalidades”.

Esto es una mala noticia para las democracias avanzadas, dado que una vida cívica sólida resulta ser un buen indicador de la calidad de las instituciones públicas y la confianza en ellas. La pregunta es: ¿cuáles son algunos de los antídotos contra este mal moderno de la soledad y la desvinculación de la vida pública?

Una posible cura es un regreso a las redes sociales tradicionales que los teléfonos inteligentes reemplazaron: las organizaciones de voluntarios. Estas organizaciones pueden ayudar a sus miembros a mantenerse un paso delante de los acontecimientos que ya ocurren en la cuarta revolución industrial, así como las tendencias que se explican en el informe El futuro del trabajo que el Foro Económico Mundial publicó este año. Como parte del informe, se les pidió a los directores de Recursos Humanos de algunas de las empresas más grandes del mundo que identificaran los principales impulsores del cambio en sus industrias hasta 2020.

El 44% por ciento de los encuestados consideró que los cambios en los ambientes de trabajo y los contratos de trabajo flexibles serían los principales impulsores socioeconómicos del cambio y que las organizaciones “probablemente tendrían un núcleo cada vez menor de empleados a tiempo completo para tareas fijas”. A pesar de los beneficios evidentes de la flexibilidad y el auge de la economía colaborativa, personificada por empresas disruptivas como Uber y Airbnb, también conllevan muchos riesgos para los trabajadores. Estos riesgos pueden incluir horarios de trabajo impredecibles, acceso limitado a beneficios sociales y una disminución en el derecho a la libertad de negociación y de asociación.

A través de proyectos comunitarios y de la orientación de otros miembros, los grupos de voluntarios ofrecen una barrera contra la corrosión de la vida cívica, una fuente invaluable de conexiones y un espacio para desarrollar las habilidades que se necesitan para prosperar en un entorno en el que “65% de los niños que ingresan a la escuela primaria terminarán en trabajos completamente nuevos que todavía no existen”.

La importancia del voluntarismo también se refleja en el cambio de paradigma que se observa en la actitud hacia la filantropía, donde el nuevo paradigma es incorporar el bien social en el modelo de negocios en lugar de considerar la responsabilidad social empresaria como un complemento discrecional a las actividades centrales de una empresa.

Como consecuencia de ello, el sector privado comienza a ser testigo de innovadores enfoques para incentivar el trabajo voluntario como una solución para fortalecer a los empleados y brindarles medios con sentido para involucrarse con las causas que les importan. Por ejemplo, la empresa de servicios profesionales Deloitte ofrece a sus empleados horas de licencia ilimitadas para dedicar al trabajo voluntario. La empresa de salud Novo Nordisk incorpora servicios sociales y comunitarios en sus proyectos, mientras que la empresa tecnológica Salesforce dedica “1% del tiempo de trabajo, la tecnología y los recursos para proyectos comunitarios como parte de su modelo de “filantropía integrada”. Más de 9000 empresas firmaron el Pacto Mundial de la ONU, una iniciativa para involucrar al sector privado en los esfuerzos tendientes a alcanzar las Metas de Desarrollo Sostenible y diseminar las prácticas empresariales responsables.

Por nuestro bienestar y el de nuestras comunidades, debemos procurar reemplazar las redes que se han perdido en la modernidad por las nuevas redes sociales que se forman en las organizaciones de servicios voluntarios, que abordan algunos de los grandes desafíos a nivel mundial, desde la erradicación de enfermedades hasta el combate de la pobreza.

Estas organizaciones son una excelente alternativa para los más de 10,6 millones de estadounidenses mayores de 65 años que quieren mantenerse activos e involucrados y devolver algo a la sociedad. Lo mismo vale para el 87% de los aproximadamente 80 millones de jóvenes estadounidenses de la Generación del Milenio que quieren marcar una diferencia y se ofrecen como voluntarios pero son rechazados por las instituciones tradicionales.

Estas redes tienen un enorme potencial para hacer el bien, que podemos definir de tres formas distintas:

En primer lugar, existen estudios empíricos que respaldan el valor de lo que los teóricos de las redes sociales llaman “vínculos débiles”, es decir, las “redes de personas de diferentes ámbitos, los contactos ocasionales y los amigos de amigos”. Estos vínculos débiles, que las organizaciones de voluntarios fomentan, “tienen mayor potencial para brindar beneficios materiales a largo plazo, como oportunidades de empleo”.

Esto está estrechamente relacionado con el segundo efecto positivo de involucrarse nuevamente en la vida cívica a través de los grupos de impacto social. Esta es una póliza de seguro contra el cambiante mundo del trabajo, en el que “los flujos digitales de datos e información —que prácticamente no existían hace 15 años— ahora tienen un impacto mayor sobre el PBI que el comercio de bienes, con sus siglos de historia”.

El tercer valor importante de las organizaciones de voluntarios es su importancia como baluartes contra la apatía cívica y el aislamiento social. El primer indicador evidente del declive en la vida cívica es un bajo nivel de participación política. De acuerdo con un cálculo realizado por Pew Research Center en 2015, los EE. UU. “se ubicaron en 31.º lugar entre los 35 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la mayoría de cuyos miembros son estados democráticos altamente desarrollados”. La siguiente gráfica muestra cuán baja es la participación en las elecciones en los EE. UU. como un porcentaje de la población estimada en edad de votar. Este porcentaje representa una medida comparativa más útil que la participación como porcentaje de los votantes registrados, ya que esta última representa una parte menor de los votantes potenciales en EE. UU.

Imagen: Pew Research Center

Las últimas estadísticas de las elecciones de este año en EE. UU. indican que el 2016 no fue la excepción, ya que poco más del 58% de los votantes potenciales participaron en las elecciones y aproximadamente la mitad de los votantes entre 18 y 29 años participaron.

Imagen: FiveThirtyEight

En Reino Unido vemos una clara diferencia de participación entre las distintas generaciones. Aproximadamente 64% de los votantes registrados de 18 a 24 años de edad participaron en el referendo del Reino Unido sobre la pertenencia a la Unión Europea, mientras que el porcentaje fue de 90% entre los mayores de 65 años.

Entonces, ¿qué nos dice el nivel de participación relativamente bajo de los jóvenes? Sabemos que la desvinculación tiene un costo social y psicológico. Un tercio de los estadounidenses mayores de 45 años admiten sentirse solos ocasionalmente, y varios estudios vinculan el aislamiento social con el deterioro cognitivo y las enfermedades.

De hecho, la evidencia apunta a que el problema podría ser más grave entre los jóvenes. En el Reino Unido, un estudio de 2010 “descubrió que los jóvenes entre 18 y 34 años tenían mayor probabilidad de sentirse solos más a menudo que los mayores de 55 años”.

Aquí es donde entra en juego el tercer y más importante valor de las organizaciones de voluntarios: simplemente son buenas para uno. Putnam se preguntó si la amistad puede tener un mayor impacto sobre la esperanza de vida que dejar de fumar y concluyó que eso no está muy lejos de la verdad: “Unirse a un grupo y participar de él reduce tus probabilidades de morir durante el año siguiente a la mitad”.

Así, el voluntarismo inteligente ofrece un modelo de amistad activo y a largo plazo que puede atemperar los desafíos de la cuarta revolución industrial y garantizar que ya no “juguemos solos”.

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