Nature and Biodiversity

Por qué no debemos relajarnos respecto de las erupciones volcánicas

FILE PHOTO:  The Pavlof Volcano spews ash in the Aleutian Islands of Alaska, U.S. on March 28, 2016.  Courtesy Lieutenant Commander Nahshon Almandmoss/US Coast Guard/Handout via REUTERS    ATTENTION EDITORS - THIS IMAGE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY. EDITORIAL USE ONLY. - RTX2W0MB

Image: REUTERS

Alanna Simpson
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Las erupciones volcánicas capturan la imaginación con su impresionante energía, pero ¿por qué no capturan la atención de los responsables de tomar decisiones y los profesionales del desarrollo que trabajan en la creación de comunidades resilientes? Las personas visitan Pompeya, a la sombra del monte Vesubio, y ven cómo una comunidad una vez próspera terminó destruida en minutos debido a una importante erupción, pero eso no resuena en sus vidas cotidianas. Vemos en los medios de comunicación imágenes espectaculares de volcanes en erupción, sin embargo rara vez pensamos lo que significa para las comunidades que viven en zonas donde existen numerosas amenazas volcánicas que pueden ocurrir debido a las erupciones.

No siempre fue así. A partir de 1980, durante 11 años, las erupciones volcánicas fueron una preocupación fundamental de quienes trabajaban en la gestión del riesgo de desastres. En mayo de 1980, el monte Santa Helena entró en erupción, causando la muerte de 57 personas y daños por más de USD 1000 millones en Estados Unidos. Dos años después, El Chichón entró en erupción en México provocando 2000 víctimas fatales. En 1985, una erupción de menor importancia del volcán Nevado del Ruiz generó un masivo flujo mortal de sedimentos y agua (lahar), que ocasionó que 23 000 habitantes perdieran la vida en la ciudad de Armero en Colombia. Un año más tarde, 1700 personas murieron mientras dormían debido a una nube de gas que emergió del lago Nyos ubicado sobre el cráter de un volcán en Camerún.

En 1991, el mundo fue testigo de la mayor erupción en un siglo, cuando el monte Pinatubo, ubicado al norte de Manila en Filipinas, despertó después de 800 años. Científicos del Instituto Filipino de Vulcanología y Sismología y del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) emitieron una alerta temprana que permitió evacuar con éxito a 200 000 habitantes, entre ellos 20 000 indígenas aetas que habitan en las zonas montañosas. No obstante, 350 personas murieron durante la erupción, 200 000 perdieron sus viviendas, y la temperatura mundial se redujo en 1,5 °C.

Desde entonces, la mayoría de las erupciones ha ocurrido (afortunadamente) en zonas relativamente despobladas y, aunque ellas han causado molestias y han resultado ser costosas para las empresas (i) —tal como la erupción volcánica ocurrida en Islandia en 2010 que obligó a cancelar numerosos vuelos en Europa—, en general han sido bastante benignas. Como resultado, la percepción popular es que los volcanes son interesantes, fascinantes, y quizás problemáticos para quienes viajan en avión, pero en última instancia no merecen la atención de otros desastres que son más frecuentes y tienen un mayor impacto en términos de pérdida de vidas y daños materiales y económicos.

Yo sostendría (y, por cierto, soy una vulcanóloga experta en recuperación, ¡una rareza en el Grupo Banco Mundial!) que nos hemos relajado de manera preocupante frente a los peligros planteados por los volcanes, y que estamos perjudicando a nuestros clientes al no destacar este peligro potencial junto a los riesgos e impactos de otros desastres. Para poner esto en contexto, un tercio de los países clientes del Banco Mundial tiene volcanes potencialmente activos, y en estos países viven más de 722 millones de ciudadanos que podrían ser víctimas de amenazas volcánicas dañinas y posiblemente fatales.

Como alternativa, piense en la siguiente situación: en 1815, el monte Tambora entró en erupción en Indonesia oriental, causando la muerte de 10 000 personas de manera inmediata y de decenas de miles en los días, las semanas y los meses siguientes a la erupción (en su mayoría como resultado de la hambruna). Miles murieron en Europa cuando el hambre asoló el continente debido al “año sin verano” causado por la cantidad de cenizas volcánicas en la atmósfera. Pero ¿qué ocurriría si esa erupción tuviera lugar realmente 201 años más tarde, con la cantidad de población de hoy? Necesitaríamos evacuar a millones de personas, y pensar en maneras de apoyar a los más de 100 millones en Indonesia afectados por las cenizas volcánicas, cenizas que dañan las cosechas, contaminan las fuentes de agua y producen estragos en la infraestructura crítica. Al realizar un análisis similar (i) de la erupción del volcán Krakatoa en 1883, se puede observar un panorama igualmente aterrador si se considera la población y la infraestructura existentes en la actualidad.

¿Estamos listos para ese tipo de crisis volcánicas? Ciertamente podemos estar mejor preparados en muchas esferas. Por ejemplo, deberíamos encarar los siguientes problemas: “¿cómo educamos a las comunidades y los encargados de tomar decisiones que no han sido testigos de una erupción volcánica durante su vida?”, y “¿cómo podemos asegurarnos que los riesgos volcánicos estén contemplados de manera regular junto a todos los otros riesgos que los países enfrentan?”.

El GFDRR, (i) a través de su Fondo de Desafío (i) y en asociación con la Universidad de Bristol, Global Volcano Model y la Organización Mundial de Observatorios Vulcanológicos (WOVO), ha producido unos videos educativos breves (de menos de 5 minutos de duración) sobre los riesgos volcánicos y cómo las comunidades se pueden preparar mejor. Además, para aquellos que trabajan en el ámbito del desarrollo y que se preguntan ahora si existen riesgos volcánicos en Uganda, Argentina, el Caribe, etc., la herramienta del GFDRR denominada ThinkHazard! (i) puede servirles de ayuda. Esta ofrece una manera simple para medir los riesgos volcánicos (desde un nivel muy bajo hasta un nivel máximo) y proporciona información sobre cómo mitigar estos riesgos durante la planificación de un proyecto.

Comunicar el riesgo de estos eventos potencialmente devastadores es el primer paso para cerciorarse que los Gobiernos y los asociados en el desarrollo tomen las medidas necesarias que garanticen la seguridad de las comunidades frente a los desastres de todo tipo, incluidos aquellos justo debajo de la superficie terrestre.

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